En el mundo que nos han construido, que nos construyen, que nos están construyendo, la realidad, o sea, la verdad brilla por su ausencia.Pero ¿qué es la verdad, es acaso sinónimo de la realidad? La realidad es lo que existe, lo que es, lo que está ahí fuera, esas cosas, esas personas con las que tropezamos continuamente.Y la verdad parece que es la adecuación, la conformidad de lo que nosotros pensamos con la realidad, con lo que es.Pero el instrumento, y el camino, que nosotros utilizamos para llegar a la verdad es la palabra. Cada cosa tiene su nombre. Y es relacionándolas unas con otras, unos nombres con otros, cómo llegamos, o por lo menos lo intentamos, a la verdad.Pero resulta que la palabra, las palabras no sólo son el árbol sino también el bosque. Y como acostumbra a decirse: a veces, el árbol nos impide ver el bosque.Uno de los árboles, una de las palabras es la de libertad. Es una palabra hermosa, demasiado hermosa, para ser verdad.Así, a vuela teclado, podríamos definirla como la facultad que tiene el hombre para hacer lo que quiere. El concepto es casi tan hermoso como la palabra.Pero ¿existe realmente la libertad, hay alguien en este mundo tan ancho y tan ajeno que haga realmente lo que quiere?Yo, por lo menos, no, porque ahora estoy jubilado, cobro una pensión y no tengo más obligaciones ineludibles que atender a mi mujer y a mis hijos. Pero aquí, precisamente, en esta obligación de atender a mi mujer, enferma de gravedad, y a dos de mis tres hijos, pobres de solemnidad, comienzan mis limitaciones, serias limitaciones.En abstracto, en el cumplimiento de estas obligaciones voluntariamente reside precisamente mi libertad puesto que si yo no quiero no las cumpliría.Acabo de escribir esto y veo que no es verdad. Yo soy abogado no ejerciente pero abogado, al fin, y esos 2 hijos míos, sin empleo, lo son también y, por lo tanto sabemos que el Código Civil establece la obligación ineludible de los padres de mantener a sus hijos siempre que se pruebe la existencia de capacidad económica de aquéllos y el estado de necesidad irremediable de éstos.Entonces, mi libertad no existe realmente puesto que he de mantener a mi costa a una mujer y dos hijos. Teóricamente puedo no hacerlo pero ellos entonces acudirán a un juez y éste ordenará a la SS que retenga a disposición de ellos la parte embargable de mi pensión y sacará a subasta el piso en que vivo y el coche que tengo y prevendrá lo necesario para que yo no malbarate estos bienes en perjuicio de mis familiares.Luego, libertad, lo que se dice libertad parece que yo no tengo mucha. ¿Y ustedes?Libertad, lo que se dice libertad, tal como la hemos definido antes, como la facultad de hacer lo que uno quiere, en realidad, la tienen muy pocos, casi ninguno, porque supone disponer del dinero suficiente para proveer las necesidades de los que dependen de nosotros sin que esto altere en modo alguno nuestra libre disposición vital.Entonces, ¿qué, existe la libertad realmente fuera de esos casos excepcionalisimos de los que disponen del dinero suficiente para soportar la carga de mantener a su familia sin que la posibilidad de hacer lo que quieran se vea afectada por ello?La respuesta necesariamente es que no. Sólo los poderosos son realmente libres.Entonces, ¿por qué se nos dice tan alegremente, todos los días, desde todos los sitios, que somos libres, que tenemos la facultad de hacer lo que queremos si esto no es así, si nosotros, los no poderosos, no podemos hacer otras cosas que las que nos exigen las leyes que gobiernan nuestra conducta, de tal modo que la libertad real es verdaderamente inexistente?Es por eso que, antes, decíamos que eso de la libertad no era más que una hermosa palabra, uno de esos trampantojos con los que nos engañan los de arriba. Sólo somos libres para hacer las más pequeñas e insignificantes de las cosas: respirar, excrementar, rascarnos si nos pica y tomar el sol, si lo hace.Para todo lo demás, la sociedad, este mundo que nos han construido, que nos construyen, que nos están construyendo, nos exige que trabajemos a destajo, porque, si no, no podremos siquiera ni comer ni beber.Entonces, ¿qué puñetera libertad es la nuestra? Sólo la de tirarnos desde un puente para acabar de una vez con todo. Pero esto ¿puede considerarse realmente libertad?Pero cuánta razón tenía Lenin cuando le preguntaba a nuestro filósofo: libertad, ¿para qué?