Tengo ya el vicio de mirar este blog varias veces al día por si hay algún nuevo comentario. En general sois parcos o tímidos, o es que para dejar algún comentario se os piden demasiados datos y molestias y os da pereza.
El caso es que, salvo en algunas entradas muy "calientes", no suele haber demasiados comentarios. Pero, eso sí, los que hacéis suelen ser muy cariñosos y a veces hasta elogiosos. Así que me hincho como un pavo.
A menudo ocurre que cuando alguien está de acuerdo con el contenido de una entrada no se suele tomar la molestia de hacer un comentario. ¿Para qué? ¿Para decir que muy bien, que vale? Sin embargo, cuando se está en desacuerdo, y no digamos cuando la entrada le llega a indignar a uno, sí que salva todos los laberintos y tropezones que le impone el blog (los he dejado en lo mínimo posible) para hacer constar su disconformidad.
Hace dos entradas me eché al monte a hablar de un personaje muy difícil: Juan Navarro Baldeweg. Me superó. No fui capaz de decir nada interesante de él. Se me escurrió entre los dedos (como suele hacer, el cabrito) y me dejó sin nada. Mi blablablá no pudo ser más vacío ni más torpe. Esa entrada merecía comentarios acerbos, sin duda. Pero creo que no se merecía los que recibió. Porque los comentarios que tiene hasta este momento(1) no critican mi pobreza analítica y expositiva, sino el arte de Juan Navarro y la pintura y la arquitectura contemporáneas en general. Benditoseadiós.
A estas alturas esos argumentos. Otra vez.
Se le quitan a uno las ganas de seguir.
(Me estaban esperando desde lo de Adriansens).
Menos mal que por las redes sociales -y los más íntimos cara a cara- me hacéis comentarios y críticas de otro tipo.
¿Cómo se puede seguir alimentando, a estas alturas, ese desprecio a todo lo que supone la modernidad, la contemporaneidad? ¿Cómo se puede, para reforzar esa postura, hacer dos bandos no basados en la calidad ni en la profundidad programática, sino en la mera percepción superficial y anecdótica?
A estas alturas. Vamos, por favor.
En algún comentario detecto una sana ironía. O a lo mejor me la imagino yo, que ya no sé ni qué pensar.
Mi entrada sobre Juan Navarro me quedó muy pobre. Se me escapó vivo. Es que ni lo rocé. Ya digo que merezco comentarios duros, pero Juan Navarro no se los merece. Es uno de los creadores más lúcidos que tenemos.
(Por cierto: He participado en el crowdfunding que comenté ahí, y aprovecho para deciros que ha alcanzado su objetivo y el libro se va a publicar. A ver si me explica algunas cosas y me aclara las ideas. A ver si veo y entiendo algo más de este extraño creador).
Sí, soy muy torpe, y merezco las críticas de los lectores. Pero el arte y la arquitectura moderna no se merecen ese tipo de comentarios.
El comentarista(2), por cómo se expresa, demuestra que no es inculto. Ni tonto. No; nada de eso. Se expresa bien y expone claramente sus ideas
Pero eso revela un problema de base en la sociedad. Y es que incluso la gente formada y leída no tiene ninguna formación artística y no digamos arquitectónica. Y si la gente (hablo en general y con groseras simplificaciones) sigue sin tener una actitud abierta ante las vanguardias y la contemporaneidad no vamos bien.
Se pueden leer muchos libros, pero si todos son novelones del diecinueve o novelas históricas o románticas según los patrones trillados no se puede llegar más allá.
Por otra parte, valorar en una obra solo la dificultad de su ejecución y la dificultad de su copia es muy de turista (fijaos qué tipo de obras valoran los turistas) y aboca indefectiblemente al kitsch. La dificultad técnica nunca es un fin en sí mismo. Es una necesidad (cuando lo es) para lograr el fin propuesto. La dificultad no se busca per se. A veces lo que uno pretende hacer es muy difícil de realizar y no hay más remedio que dominar la técnica, pero buscar de entrada lo difícil por alarde es, por el contrario, facilismo mental; es ir a lo cómodo, al mero oficio que uno sabe y en el que no corre ningún riesgo.
Valorar la obra artística por la dificultad de su reproducción anula completamente a quienes han descubierto un camino, a quienes han propuesto una solución, a quienes, además, han buscado una ejecución fácil o mecanizada, o han propuesto una nueva vía de comunicación. Todo eso se hunde ante el rotundo "eso lo hace mi niño". (Quiero creer que hay alguna ironía o incluso algún sarcasmo en ese comentario).
Pues si eso lo hace tu niño, que lo haga. No está prohibido. Que lo haga en buena hora, a ver si el padre lo celebra.
Hay un tema eterno, que sí tiene interés: ¿Es lícito el arte de mera ocurrencia, de mera sorpresa? Yo lo ataco a menudo. Pero una cosa es eso y otra decir que la modernidad está vacía.
En fin. No merece la pena seguir extendiéndose. Era solo que me he desanimado mucho y me he puesto a pensar que para qué este blog y para qué estas entradas mías, tan "estupendas", tan "cool", tan masturbatorias y autocomplacientes.
Pero me repongo y le busco el lado bueno: Me encanta polemizar y ser un bocazas, y donde las dan las toman, así que, por favor, seguid dándome caña. (A mí y a los artistas y arquitectos que os parezcan merecedores de vuestro rigor). Si me criticáis aprenderé (o al menos lo intentaré), y si criticáis a los personajes de quienes escribo también aprenderé a verlos desde otro punto de vista, o a defender el mío estudiándolos más atentamente. En ambos casos todos saldremos ganando y el blog se enriquecerá.
Así que sigo con el blog. No me rindo.
Y, por favor, hacedme todos los comentarios que queráis, en el sentido que sean.
Muchas gracias a todos. Sí: a todos. Especialmente a quienes os tomáis la molestia de comentar.
NOTAS.-
(1).- Cuando he escrito el cuerpo de esta entrada solo había los cinco comentarios que he puesto. En este momento hay siete, y no sé si seguirán subiendo.
(2).- Algún amigo me ha hecho notar la supuesta cobardía del comentarista por escudarse en el anonimato. No estoy de acuerdo. Blogger te la lía si no tienes cuenta en Google, y, en general, te fastidia mucho para que te hagas un perfil con tu nombre y todo eso. A casi todos les causa una comprensible pereza, y a algunos se lo pone casi imposible. Por lo tanto, no sólo es lícito, sino que es incluso plausible comentar como "Anónimo". (Lo que podéis hacer si comentáis como "Anónimo", y si os apetece, es escribir vuestro nombre al final de vuestros comentarios, a modo de firma. Y si no queréis no pasa nada. Estaría bueno).