De mi amigo Pepe
La situación de una parte de la izquierda es: un discurso ultra radical, ultra crítico, hermético, auto referido (siempre las mismas fuentes, los mismos sujetos, las mismas ideas, dando vueltas y más vueltas), y, a la postre, bastante inútil.
En todo ese mundillo hay una vocación esotérica: crear mensajes para muy pocos, para los iniciados, los escogidos (¿por quién?) para la gran tarea.
Y una vocación inquisitorial: el peor enemigo es el que era amigo hasta ayer; el que se aparta de la secta; el hereje...
De acuerdo con lo que dices, pero yo añadiría otro ingrediente más: el tiempo, al que cada vez doy más importancia (debe ser porque soy cada día más consciente de que me queda menos): gran parte de ese discurso ultra radical está impelido por la impaciencia y la impaciencia con la impotencia dan una mala mezcla.
Cada vez tengo más claro - y he vuelto a intentar escribir algo sobre los años 60 en USA, es una pieza que me falta, para poner un poco de orden en la cabeza- que detrás de la aparición de los sucesos, lo conocido, la noticia, sobre políticas y movimientos públicos, hay largos períodos de gestación, fuerzas latentes que actúan de forma imperceptible, o poco perceptible (sobre todo cuando se atiende a lo llamativo e inmediato), durante mucho tiempo.
Lo tenemos ahora, con la crisis y las ideas dominantes, de las que cada vez hablan más autores. El otro día -hace tres o cuatro- Estefanía, en El País, escribía sobre eso (antes Sol Gallego), y me pareció percibir alguna influencia del libro sobre Reagan, o quizá sea que nos movemos en el mismo ámbito, partimos de posiciones parecidas y bebemos de las mismas fuentes.
En todo caso, esas ideas, y las prácticas consiguientes están ahí, formuladas y difundidas con tenacidad desde hace un montón de años, porque, además de contar con medios financieros, han encontrado (y también lo han creado) un público que las necesitaba.