–Me imagino que no desayunaron. –nos increpa de manera enérgica André, quien será nuestro guía de Taste Porto Food Tours durante casi cuatro horas por el centro viejo de Oporto, cuando nos encontramos en la esquina de Rua Santa Catarina, una de las principales calles comerciales de la ciudad, y Rua Firmeza.
–No. –le respondemos tímidamente, tratando de que no se notara la verdad.
–Menos mal, porque en cinco minutos empezamos a comer. –Nos guiñó el ojo y nos señaló la calle para que caminemos hacia allí.
Cuando uno camina por las calles de Oporto no sabe si mirar para arriba, para los costados o para abajo. Siempre hay algo que llama la atención. Las cúpulas y los balcones, los azulejos pintados a mano que decoran varias casas, iglesias y comercios o los pequeños adoquines de roca calcárea que con sus tonos blancos caracterizan las veredas. Oporto te atrapa por sus edificaciones viejas y sus techos de tejas rojas; por su río y sus puentes; por su ribera y sus iglesias con azulejos azules y blancos; y por su comida.
La primera parada del tour gastronómico por la ciudad es para degustar los originales pasteles de Chaves. Estos pasteles se realizan con masa de hojaldre y se rellenan con carne picada de cerdo. Son originales de la ciudad de Chaves, en el norte de Portugal y han adquirido la denominación de origen.
En el lugar elegido nos esperan dos pasteles, uno con carne de cerdo y otro relleno con un chocolate muy parecido al nutella.
Seguimos nuestro camino hasta el Mercado de Bolhao, el mercado emblemático de la ciudad. Es un edificio de 1850, con una arquitectura neoclásica y dos pisos repletos de puestos comerciales. Entre los pasillos se mezclan los compradores locales, que llegan en busca de frutas, verduras, pescado y carne, con los turistas que observan los sourvenirs típicos de Portugal y buscan degustar algún producto tradicional. Nos detenemos en una verdulería y André nos señala unas hojas verdes, oscuras y cortadas muy finitas. Son como repollo verde oscuro, el condimento principal del caldo verde, una típica sopa portuguesa, que se completa con chorizo ahumado y caldo. Luego, nos acercamos a un puesto de pescado. La señora que vende, con delantal y pelo blanco parece conocer muy bien su trabajo. Elije los cuchillos adecuados para cada pescado, pregunta a sus clientes por sus preferencias y sabe qué venderle a cada uno.
El ingrediente del carlo verde.
Cuando llegamos a la carnicería André cuenta con orgullo todo lo que se come de la vaca en Portugal y, mientras otros viajeros ponen cara de asco, yo pienso que es lo mismo que muchas personas comen en la Argentina, desde la lengua hasta las tripas. Los portuenses, oriundos de Porto, son llamados coloquialmente “tripeiros”. Según cuenta la historia, durante la conquista de Ceuta, los ciudadanos de la ciudad entregaron a los soldados toda la carne que tenían disponible y se quedaron solo con las tripas. Por eso, desde ese momento se los conoce como tripeiros y las “tripas à moda do Porto” (tripas a la portuense) constituyen uno de los principales platos de la ciudad.
En el mercado, saboreamos un delicioso vino Moscatel do Douro, junto con unas sardinas enlatadas de Georgette.
La ciudad de Oporto se ubica en la margen derecha del río Duoro, uno de los más importantes de Portugal. El Duoro nace en las tierras de Soria, España y desemboca en el Atlántico luego de recorrer alrededor de 900 kilómetros. En ese recorrido se encuentran los principales viñedos de la zona y allí se fabrica el mejor vino verde de Portugal. Como les contamos en un post anterior, el vino verde no es de este color, “verde” significa que es un vino joven, elaborado con uvas muy poco maduras.
Se acerca el mediodía y ya es hora de un almuerzo ligero. La tercera parada de este recorrido nos lleva degustar un sándwich en uno de los restaurantes más escondidos que se puedan encontrar en Oporto: Flor Dos Congregados. Es un lugar pequeño, con un ambiente cálido y una buena atención de la tercera generación familiar. Mientras nosotros comemos un pan recién horneado, con lomo de cerdo asado y jamón ahumado, André nos cuenta como curiosidad, y diferencia con la mayoría de los restaurantes de la zona, que la cocina se ubica en la segunda planta porque si se produce algún incendio es más fácil sofocarlo que estando en el subsuelo.
Luego del almuerzo nada mejor que un rico café y si es en el tradicional Café Guarany, mejor. Este café, ubicado en la Avenida de los Aliados, cerca de la Plaza de la Libertad, abrió sus puertas en 1933 y solía ser punto de reunión de artistas, políticos y hombres de negocios para intercambiar ideas y tomar un “cimbalino” (un café expresso). Los cafés antiguos tienen ese aire aristocrático que invade el ambiente y te invitan a conocer su historia y la de quienes pasaron por allí. Y el Guarany no es la excepción. Si bien hoy en día las mesas están ocupadas por turistas que miran mapas y leen guías de viajes, en su decoración y en el ambiente se pueden sentir las huellas del pasado.
Tahiel tiene la costumbre de tirarse en el suelo siempre.
Seguimos camino hacia el barrio donde los vendedores de antigüedades y artistas callejeros se hacen presentes, donde los bares bohemios invaden la escena y donde se encuentra la librería Lello, construida en 1906, que alberga una de las escaleras más lindas que alguna vez vimos. Sus paredes y parte de los techos están cubiertos por madera (o yeso pintado que simula ese material) y en su interior hay un pequeño café, pero la librería es bastante pequeña en relación a la cantidad de gente que la visita día a día, por lo que es mejor concurrir un día de semana (y si es por la mañana, mejor) para poder apreciarla como se merece. Justo frente a la plaza Guilherme Gomes Fernandes se encuentra la Leitaria da Quinta do Paco, un lugar al que volveríamos varias veces para probar la variedad de eclairs que ofrecen. Si bien el origen de estos pasteles es francés, se ha convertido en un clásico de la pastelería portuguesa, junto con los famosos pasteles de nata. El eclair de limón es uno de los bocados dulces más ricos que alguna vez probamos.
Antes de llegar a nuestro último destino gastronómico, André nos lleva a uno de sus miradores preferidos de la ciudad: el de Victoria. Para llegar atravesamos la calle São Bento da Vitória, que fue el centro del último barrio judío de Oporto. Allí se ubicaban las llamadas 30 casas de los judíos pertenecientes a 30 familias que habían sido expulsadas de España. Por decreto del rey Manuel I, en 1496, los judíos portugueses tuvieron un plazo de un año para convertirse al cristianismo o abandonar el país. El lugar quedó desierto y, luego de varios años se construyeron allí el monasterio de Sao Bento Da Vitória y la Iglesia de Nossa Senhora da Vitória. Al llegar al mirador, una hermosa vista de la ciudad, con el río Duoro y los techos de tejas rojas nos espera.
Tomamos algunas fotos y seguimos camino hasta la tradicional Rua das Flores, una calle peatonal, repleta de bares, restaurantes, casas de objetos de diseño y mucho arte urbano. Esta calle es uno de los principales puntos donde se celebra todos los años la famosa fiesta de Sao Joa, a fines de junio. Casi al inicio de la calle nos esperaba el fin de este recorrido. Una mesa larga, tres copas por comensal, platos con quesos y fiambres, y cazuelas con aceitunas y lupines estaban listos para darnos la despedida en la Taberna do Lago. Mientras André cocinaba una salchicha/morcilla en una cazuela con fuego, Sara nos servía tres vinos diferentes y nos explicaba el origen de cada uno.
Al final de esta calle se encuentra la estación de tren de Sao Bento, que es imposible no visitar. En su interior, las paredes tienen 22.000 azulejos azules y blancos que, a través de diferentes escenas, representan la historia del país.
André se despide de nosotros con un fuerte abrazo y nos desea suerte. Antes de despedirnos nos recomienda que bajemos a la ribera y que cenemos sardinas asadas. Le hacemos caso y nos vamos a pasear por la ribera del río, observando los barcos que van y vienen mientras cruzan los seis puentes que unen ambas orillas. Cruzamos el puente Luis I, que une Oporto con Vila Nova de Gaia, donde se ubican las bodegas de vino, para tener hermosas vistas de la ribera y la ciudad. Este puente, junto con la torre de los clérigos, es el símbolo de Oporto.
Terminamos el día como lo empezamos: comiendo. Esta vez no fueron pasteles de Chaves, sino sardinas asadas con una rica cerveza.
Porque comer también es viajar.
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