Otra cosa que rara vez me sucede es que me guste más la adaptación cinematográfica que el libro (la vez anterior me ocurrió con El Lector), pero aquí volvió a ocurrir (pero no creo que haya sido sólo la presencia de Roberts lo que logró este milagro, sino una adaptación de la obra que quitó todo aquello que me resultó, al leerlo, terriblemente pesado).
La narración de dos años en la vida de la periodista y escritora Elizabeth Gilbert (los más duros de su vida, según sus propias palabras en el libro), están narrados como en un diario íntimo. Las descripciones de los lugares que visita, las personas que conoce y las cosas que aprende se mezclan indiscriminadamente con sus sentimientos y, fundamentalmente, sus emociones.
Todo comienza cuando la vida de Liz Gilbert está de cabeza. Se siente fuera de lugar, frustrada y terriblemente triste. Metida en una vida que eligió sin pensarlo demasiado. Es una periodista y escritora exitosa en el plano laboral, pero cuya vida privada se desmorona a ojos vista.
Luego de dejar a su marido, pasar por un divorcio que la deja sin nada (literalmente) y terminar una relación posterior que la dejó más destrozada aún, decide emprender un viaje en el cual conocer el placer y descubrir la vida espiritual. Sus destinos son tres “I”: Italia, India e Indonesia. Comer como en Italia, rezar como en India y amar como en Indonesia (título completo del libro en castellano).
Y así es como Liz emprende su viaje, que pretende que dure un año completo, planificando estar cuatro meses en cada uno de estos países.
En Italia su personalidad extrovertida le permite relacionarse profundamente con numerosos habitantes de Roma, creando lazos que no se extinguirán cuando ella se vaya. Descubrirá el placer de la comida y no sentirá ninguna culpa (todo lo contrario) al devorar sin parar los platos más tradicionales de la península en cantidades industriales. Sus amigos le enseñarán el idioma, del que ella se enamora, y a disfrutar de las charlas y la buena comida en compañía de gente que la aprecia.
Luego de este festín de los sentidos –nunca mejor dicho-, llega el momento de la espiritualidad, de dejar de lado los placeres mundanos para zambullirse en el conocimiento del alma, buscando, fundamentalmente, cicatrizarla. Al llegar a India, Liz se hospeda en un Ashram, un lugar donde los fieles de todas las creencias van a meditar, a aprender a conocerse y a limpiar su alma para poder hacer frente al mundo. Cuatro largos meses pasa nuestra protagonista, sufriendo y luchando contra todo aquello que arrastra en su vida y de lo que no puede desprenderse. Aprende a ver en su interior, a mirarse con más detenimiento y sobre todo a perdonarse y quererse.
Y, tras ir de una punta a la otra, de los placeres absolutos al mayor ascetismo, decide ir a Bali. Un lugar donde ya ha estado hace unos años, y donde conoció a un gurú que le predijo que ella volvería a esta ciudad para enseñarle inglés y que, a cambio, él le enseñaría todo lo que sabía.
Me gustaron los pasajes en los que Gilbert cuenta sus experiencias directas con la gente y los lugares, describe los paisajes, cuenta sus experiencias y encontronazos con las diferentes culturas que va descubriendo a lo largo de los kilómetros. Incluso me divirtieron.
Se me hicieron muy pesados los tramos en los que descarga toda su perorata seudo religiosa. Aquí vale aclarar que soy agnóstica, por lo que mi comentario anterior no está relacionado con que me haya sentido atacada u ofendida en alguna creencia. Me agotó con su discurso de que ese descubrimiento espiritual que ella tuvo es el único camino hacia la felicidad. No me gustan los fundamentalistas (en ningún área).