Si hay algo que me gusta en esta vida es comer y beber. Disfruto y me siento bien cuando como y bebo. Menos mal que el culto al cuerpo puede en esta dura pugna que tenemos físico y mente. Aún así no dejo de pegarme “homenajes”, porque nunca se sabe cual será el último, y ahora que en breve cumplo 7 lustros, parece que la balanza de la vida empieza a correr en sentido contario.
En Sevilla ha hecho un finde de. Uno de esos fin de semana que lo pega era estar en casita a base de sofá, manta y mucho zapping. Me encanta ver como diluvia (porque hoy no llovía, diluviaba) y sentir esa sensación de triunfador por estar en casa sin mojarte.
Llevaba tiempo maquinando un cocido madrileño. Echaba de menos mi tierra y que mejor que consolarme con algo que nunca falla. Toda la semana comprando “avios” para “la gran comilona” que se esperaba el domingo. Muchas veces nos gusta sentirnos vivos y un simple cocido y sus “preliminares” hacen que merezca la pena vivir.
El cocido aquí en Sevilla es otra cosa totalmente diferente a lo se come en Madrid. Sevilla bautiza todo de diferente forma, supongo que su idiosincrasia es así y su dialecto también. Aquí al cocido se le dice puchero y se come de diferente forma que el tradicional. No vamos a entrar ahora en valorar cual es el correcto porque bastantes discusiones he tenido yo ya con mis amigos por la mierda de que si el cocido se llama puchero y su puta madre.