Por Hogaradas
Todos los viajes comienzan con el mismo ritual, la compra de un libro de bolsillo en el aeropuerto, eses que su primera página llevará por siempre y para siempre escrito un pequeńo resumen de estas vacaciones; en este caso ha sido “La casa de Riverton”, y espero acertar como en ocasiones anteriores.
Esta vez el viaje ha comenzado con la incertidumbre de nuestra llegada al aeropuerto, ya que una vez solventada la huelga del transporte, quedaba todavía el escollo de las protestas mineras y los cortes de carreteras, habituales ya desde hace algunos días, por lo que la noche anterior, a pesar de haber decidido hacer el trayecto en taxi, no dejó de ser un tanto inquieta y con un alto grado de desazón.
Pero con todo y con eso, según lo previsto y una vez pertrechada con mi bolso de viaje marrón, ese que cuelgo en bandolera y que me transforma en la más feliz y contenta de las viajeras, salimos a la lluvia felices y seguros de dejarla atrás durante los días que duraran nuestras vacaciones por el destino elegido.
El aeropuerto, como siempre, un placer, esta vez más, si tenemos en cuenta a un grupo de pequeńos escolares cuya excursión les había llevado a descubrir el mundo de los viajes en avión y, más concretamente, la salida y despegue de nuestro vuelo.
Mientras cruzo la pasarela que lleva hacia el pájaro volador que se encargará de transportarme a mi destino, mi mente flota al igual que todas esas nubes que durante una buena parte del inicio del viaje se presentan como un cómodo y confortable colchón en el que dejarse caer, descansar y sońar.
Los nińos pequeńos abundan en este vuelo, que amenizan con sus inocentes comentarios infantiles, esos que siempre consiguen sacarte una sonrisa.
Delante de nosotros viaja uno de ellos, una nińa de muy corta edad, solamente un bebé; sus padres, una pareja joven, no dejan de comerse a besos durante todo el viaje. Bendito ese amor que ha crecido todavía más y que aún continúa atesorando la magia de dos enamorados ahora que ya son tres.
Una vez volando por encima del océano las nubes se van deshaciendo y podemos ver el mar, y como poco a poco la Península va quedando atrás. A mi lado, Carlos, que lleva rato durmiendo, se despierta, y un poco más tarde, a pesar del ruido, se oye el sonido de un beso, uno de esos que estalla y se manifiesta como si se tratara de una explosión, que lo es, una explosión de amor, el de dos enamorados, esta vez nosotros, que esperan ansiosos la llegada a ese destino sońado.