La cultura rusa ya ha tenido por entonces sus primeras víctimas políticas, muchas de ellas de ascendencia judía. Su amigo Bernhard Reich le explica algunas historias, como el caso del poeta y crítico G. Lélevich (pseudónimo de Labory Kalmanson), editor de la revista Octubre (todavía se publica, véase el siguiente enlace), que ya en 1926 había sido perseguido y encarcelado, y murió en un campo de concentración en 1946 (W. Benjamin, Diario de Moscú. Buenos Aires, Aguilar, 1990, pág. 16).
Esta historia puede servir de punto de partida para analizar las distintas formas de matar al artista. La primera de ellas sería su eliminación física, impedirle cualquier forma de actividad creativa por la vía del encarcelamiento, el aislamiento e incluso el asesinato. Es la esencia del GULAG. Tal fue el destino de Lélevich, tan olvidado que ni siquiera tiene entrada en la wikipedia inglesa. Con todo, esta vía puede ser físicamente dolorosa, pero al menos implica el reconocimiento del valor de la obra del artista hasta que se le impide seguir, porque su actividad es peligrosa para el Estado, la Revolución o lo que sea que deba protegerse de la cultura.El caso es que la literatura soviética rebosa ejemplos de las diversas vías de neutralizar a los artistas en nombre de una determinada concepción de la cultura y del papel del artista en relación con la revolución. Cómo acabar con la cultura desde el otro lado de la cultura, el poder. En siguientes entradas se tratarán algunos de estos casos.Revista Espiritualidad
Walter Benjamin llegó a Moscú en diciembre de 1927 con la esperanza de iniciar alguna forma de colaboración entre las autoridades culturales bolcheviques y los intelectuales y artistas de izquierda alemanes. Ya sabía que el incipiente poder de Stalin podía ser un obstáculo, y en apenas dos meses se habían disipado todas sus dudas. A finales de enero de 1928 regresó a Alemania.