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Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ

Publicado el 07 agosto 2021 por Rt

Aunque históricamente ha habido figuras femeninas cultas, como Cleopatra o Hipatia, lo cierto es que la cultura ha estado en manos de hombres, sobre todo a partir de la Edad Media, cuando se concentró en los monasterios. 

Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ

Con el tiempo hubo un mayor aperturismo, pero a las dificultades de acceder a la cultura, a las mujeres se les añadió la clase social. Sólo podían crear cultura las damas pudientes, que eran las que podían delegar las tareas de la casa y la crianza en el servicio. La mujer "normal" tenía que encargarse del hogar, trabajar fuera en ocasiones y criar a sus propios hijos. De ahí el poco tiempo que tenía para escribir y que se considera en su entorno una pérdida de tiempo. 

Virginia Woolf fue una de las pioneras a la hora de denunciar esta situación, en sus libros Una habitación propia y Tres guineas. Pero entonces la estrategia cambió. Se aceptó que la mujer escribiera, pero a cambio, se la silenció, se menospreció su trabajo o no se reconoció su mérito. Mary Shelley, la creadora de Frankenstein, tuvo que aguantar que la sociedad inglesa de su época atribuyera a su marido su obra cumbre. 

En Cómo acabar con la escritura de las mujeres (Editorial Dos Bigotes y Editorial Barrett), Joanna Russ nos ofrece de una manera irreverente e irónica cómo las editoriales, periódicos y demás han silenciado la escritura de las mujeres, por considerar que no era su cometido, que escribían cosas ridículas o porque no tenían estudios y qué iban a saber ellas de la vida, pobres incultas. 

Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ

Por eso, muchas de ellas tuvieron que escribir bajo pseudónimos, adoptando nombres masculinos. No obstante, aunque sea un texto de 1983, observamos comportamientos que se han perpetuado, como el hecho de que se premia más a los hombres que a las mujeres en los concursos literarios. Esto está relacionado con algo que explicó Ursula K. Le Guin, quien fue jurado de un concurso en el que resultó premiada una autora. Al año siguiente, se eligió a otra autora como ganadora, pero el resto de jurado dijo que no podían dárselo a una mujer por segundo año consecutivo para que no les acusaran de tener una mafia que sólo premiaba escritoras. Le Guin preguntó si no se podía pensar lo mismo si ganaban dos hombres dos años consecutivos. Y la cuestión es que no, que de los escritores no se piensa. 

«Convencida de que no tenía verdadera experiencia de la vida, puesto que la mía propia no era parte de la Gran Literatura, decidí conscientemente que escribiría sobre cosas de las que nadie más eernada, maldita sea. Así que escribí realismo disfrazado de fantasía, es decir, ciencia ficción».

Es sólo un ejemplo de lo que hay que mejorar en la industria editorial. Se ha mejorado en muchos aspectos, pero todavía queda mucho por hacer. Gracias a este libro veremos los aspectos más lesivos del sistema cultural y reflexionaremos sobre algunas actitudes nocivas que persisten hoy en día. Asimismo, merece mucho la pena leer el prólogo de Jessa Crispín y disfrutar de la traducción de Gloria Fortún.


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