Nos damos de bruces veinte veces con el mismo obstáculo, la misma reacción infantil, el mismo conflicto en casa. Pero no cambiamos de actitud ni de creencias. Y así nos va. El truco de una crianza exitosa no consiste en tener todas las respuestas sino en estar dispuesto a hacerse preguntas.
Y ahí es donde perdermos la partida. Por creer que como adultos con experiencia de la vida, edad y conocimientos somos los que tenemos que marcar el día a día de los niños, decidir qué necesitan, qué es y qué no es prioritario para ellos, cómo tienen que comportarse, etc, etc, etc
Cuando se trata de comunicación -algo que hacemos todo el tiempo, ya sea charlando, estando abrazados o riendo juntos después de un chiste- las probabilidades de meter la pata son enormes, porque el bagaje que llevamos cada uno a cuestas puede pesar más de lo que queremos admitir:
- No tengo tiempo para hablar con ellos: las mañanas son un corre-corre para llegar a tiempo al cole, apenas levantamos la persiana empiezan las prisas. Es una estupenda manera para que todos estemos estresados y de mal humor y así cada pequeño inconveniente se convierte en una ocasión para sacar la propia frustración. Dedicar cinco minutos a dar los buenos días, a dejar que el cuerpo y la mente despierten y se muevan, acoger con cariño a los niños en el nuevo día son una receta casi segura para comenzar con buen humor. Si esto los extendemos al resto del día entonces los conflictos se reducen en gran cantidad: eso requiere que dejemos de ir deprisa a todas partes y que prioricemos lo importante (el diálogo y las relaciones auténticas) por encima de lo urgente
- Converso mientras miro el móvil, el ordenador o pongo el lavavajillas: lo he observado muy a menudo entre adultos y niños que nos dirijjmos a ellos o los escuchamos sin mirarlos a los ojos y mientras realizamos otra actividad. Es verdad que algunas cosas se solucionan con rapidez, sin embargo es muy difícil que otra persona se siente escuchada y que captemos las sutiles señales que mandan su expresión y su cuerpo si estamos ocupados en otra cosa. Todos necesitamos sentirnos queridos y respetados y una de las mayores muestras de ambas cosas y también el modo de mantener un vínculo auténtico y profundo es algo tan sencillo como mirar a los ojos y de frente a la persona con la que hablamos.
- Sermoneo a menudo, aprovechando cualquier accidente, anécdota o suceso del niño para darle las enseñanzas para la vida: no somos muy conscientes de cuántas veces al día reciben advertencias de los adultos, órdenes, calificativos. Rara vez les preguntamos qué sienten, qué opinan de lo que les pasó, cómo pueden solucionarlo… Gran parte de estas actitudes se deben a que queremos ahorrarles problemas y tratamos de darles todas las respuestas, porque no sabemos que para que su cerebro pueda desarrollarse es importante que se hagan preguntas, que imaginen soluciones, que expresen verbalmente sus pensamientos.