He empezado a ir al grupo de crianza y juego que ha montado Centro Adín. Un espacio donde me siento muy a gusto, sobre todo por poder seguir cerca de M., que tan importante ha sido en la vida de mi hijo mayor (¡y en la mía!) y que ahora puede formar parte de la vida de mi pequeño, aunque afortunadamente de otra manera. Estando allí han surgido muchas conversaciones interesantes con otras madres, de esas que luego me dejan pensando durante días.
En una de las últimas sesiones salió el tema de cómo criamos a los primeros hijos y cómo criamos a los sucesivos. De cómo aprendemos como padres, de cómo empezamos dubitativos, a veces metiendo la pata hasta el fondo y luego vamos mejorando. De cómo superamos miedos, cambiamos de opinión varias veces, nos hacemos fuertes frente a las opiniones de los demás y todo hasta encontrar nuestra propia fórmula. Que seguro no es ni mejor ni peor que la de la familia de al lado pero sí que es la perfecta para la nuestra.
Conversando sobre este tema me vino a la cabeza una amiga mía que hace tiempo me decía que ella había sido hija segunda y que había sentido que el primogénito se llevaba lo mejor. Cada cual tiene su experiencia, no cabe duda, pero creo que no hay un número de orden que sea mejor o peor para nacer.
Mi hijo mayor fue un bebé muy deseado, fabricado a conciencia suelo decir, fruto de un embarazo muy duro. Disfrutó de mi euforía postparto, un sentimiento que me hacía flotar sobre las nubes, ¡me sentía la persona más feliz del universo!. También disfrutó de 30 meses de exclusividad total, con todo lo que ello implica. Pero no cabe duda de que también sufrió mi falta de experiencia y de recursos, que poco a poco fui adquiriendo. Y aunque algunas cosas carecen de importancia, el fracaso en la lactancia no es ninguna tontería.
Mi hijo pequeño fue un niño deseado pero que llegó con más facilidad, en un embarazo sin muchos achaques. No ha disfrutado más que unas pocas horas de exclusividad (las que mi hijo mayor pasa ahora en el cole) y me ha convertido en una mamá mucho más pasota y que apenas hace fotos. Pero ha ganado en muchas cosas: la más importante, la lactancia materna. Pero también el porteo, el colecho desde casi el primer día, el masaje… Esta vez tenía las cosas mucho más claras, más información, más apoyo, más recursos. Mi software de mamá estaba en una versión muy mejorada.
¿Me gustaría volver atrás?. Mi madre siempre dice que le encantaría tener 20 años menos pero sabiendo lo que sabe ahora. Pues sí, ojalá pudiera volver a empezar y cuidar a mi hijo mayor como lo he hecho con el pequeño. Fue una pena perderme dos experiencias tan bonitas como son la lactancia y el porteo. O haber empezado a colechar pasado el primer año con lo increíble que es tener un guisantito respirando pausadamente en tu cama. Confieso que he intentado enmendar algunas de estas cosas pero no he tenido éxito, él no está interesado, cree que mamar o ir aúpa es de bebés. Y claro que me da pena porque lo perdido ya no vuelve.
Como comentaba en el grupo de crianza, la crianza del primer año de mi hijo mayor y la de mi hijo pequeño se han parecido y, al mismo tiempo, no se han parecido en nada. Pero lo bueno es que la vida da segundas oportunidades. Y terceras, y cuartas… Y supongo que ser padres es eso, ir aprendiendo de nuestros hijos, de nosotros mismos y de nuestra tribu. En ello sigo…