Revista Cultura y Ocio
"El día en que cumplí treinta y cinco años, la señora A. renunció de repente a la terquedad que, en mi opinión,. la definía más que cualquier otra característica y, tendida en una cama que parecía exagerada para su cuerpo, abandonó por fin el mundo que conocemos."
Tras un debut sonado con La soledad de los números primos, me había quedado con la curiosidad de seguir leyendo a Giordano. Así que decidí seguirle la pista que hoy me hace traer a mi estantería virtual, Como de la familia.
Conocemos al narrador y a su esposa, Nora, tras haber sufrido una pérdida. Descubrimos así a un matrimonio con un hijo cuya vida ha terminado apoyándose en la existencia de la "señora A", Babette que les gusta decir a ellos. Esta mujer entró en su casa a trabajar para echarles una mano mientras Nora estaba embarazada, y terminó siendo la niñera, cocinera y amiga. Les hizo sentirse adoptados bajo sus alas, seguros. Y todo eso quedó herido de forma mortal el día que aparece la palabra cáncer en la vida de esta mujer.
Todas las familias tienen una base, una persona que se encarga de que todo esté en su sitio, tan imperceptible como imprescindible, una persona que se valora por su ausencia porque su presencia es algo tan seguro como respirar. Precisamente de eso trata la novela de Giordano, lo que sucede con estas ausencias y presencias. Y Giordano toma la voz de un narrador que jamás se coloca a si mismo como padre de familia, un hombre normal y corriente, con sus inseguridades y virtudes, que se ve herido al quedarse huérfano de quien no fue su madre, y que hace un repaso de el tiempo transcurrido junto a esta mujer.
Si algo destaca en Como de la familia, es el ambiente de normalidad: una familia cualquiera, con un hijo cualquiera, desayunos y cenas familiares, colegios, antojos... nada que se salga de lo corriente. Salvo la señora A. Un personaje que se nos antoja espectacular tal vez por recordarnos a esas abuelas que conseguían que una casa funcionara con su presencia, aunque no fuera nuestra casa, ni nuestra abuela, el personaje se gana pronto la simpatía del lector: lo reconocemos.Opta así por hacer un repaso del tiempo que compartió esta gran mujer con su familia, teñido en todo momento de ese tono nostálgico que se utiliza para hablar de tiempos mejores, de cariño por los pequeños detalles que quedaron grabados a fuego en la memoria del narrador. Con un punto muy claro: sin sentimentalismos. No son necesarios, y Giordano lo sabe. Tampoco los echamos de menos. Comprendemos la posición del narrador que no sabe muy bien como reaccionar ante la gran C, como el mismo recuerda haber denominado a la enfermedad. Un hombre que se siente perdido, como si supiera que le corresponde hacer algo y no tuviera muy claro el qué, provocando que se sienta capitán de un barco sin rumbo y con muchas papeletas para hundirse. Se expone y nos muestra como ve a su familia y también a su hijo, criado por esta mujer pero con una edad tan temprana como para tal vez olvidar la mayor parte de los momentos compartidos con ella. Y mira a su mujer, viéndola insegura, como él.
Paolo Giordano nos deja una novela en la que despoja de paredes un hogar cualquiera para mostrarnos su interior. Y tras hacerlo lo agita, provocando un terremoto al hacerlo, y convirtiéndonos en espectadores extraordinarios de una novela que rezuma realismo y en la que rinde un homenaje a esas personas que permanecen detrás de los focos, pero que son el sostén diario otras tantas casas. Recomendable, aunque al terminarla tal vez os encontréis echando de menos a vuestra propia Babette.
Y vosotros, ¿preferís las novelas realistas en las que podéis reconoceros u os sentís más cómodos enfundándoos en la piel de, por ejemplo, un detective de homicidios?
Gracias