A veces es confuso esto de escribir. Uno cree que está escribiendo una cosa pero a los lectores les llega otra. Supongo que se trata, simplemente, de falta de talento, ni más ni menos. Por eso he querido volver a incidir hoy en los temas que toqué en el último post, para dejar claros un par de puntos esenciales en esta etapa de mi vida y en eso que se ha dado en llamar “la lucha contra el cáncer”.
Desde mi humilde experiencia de enfermo incurable de cáncer, me he dado cuenta de lo que significa luchar contra él. No se trata de hacer caso a los médicos, tomarme las pastillas a mi hora y llevar una dieta equilibrada, nada de eso, la lucha pasa por otro lado, por senderos mucho menos prosaicos y más cercanos a las emociones y los sentimientos. La lucha pasa por ser un enfermo digno y que el cáncer no te arrebate esa dignidad.
Todos los días me duele mucho. Todos los días siento náuseas y malestar general. Todos los días sufro pensando lo injusto que es que me haya tocado a mí, en la flor de la vida y con todo por hacer. Todos los días sufro, más aún, pensando en lo que está soportando mi chica, lejísimos de su tierra, sin amigos cerca, sin nada que hacer más que cuidarme y ver como cada día me marchito un poco más y cada instante me parezco menos a mí mismo, al tipo del cual se enamoró y con el que decidió pasar el resto de su vida. Todos los días son un infierno en vida del cual uno quiere escapar y no puede: si duermo tengo pesadillas y al despertar se van las pesadillas pero vuelve el cáncer. Si salgo a caminar me canso enseguida y se hace aún más evidente que estoy muy enfermo. Si me quedo en el sofá viendo la tele noto que me consumo lentamente y mis neuronas se vacían frente a la caja tonta. No puedo leer porque no me puedo concentrar, solo tengo un mínimo de energía por las mañanas porque por las tardes estoy cansadísimo, como si estuviese soportando una losa de mil kilos sobre mi cabeza. No me puedo dar una ducha decente porque me lo impide el drenaje que llevo implantado en la pleura y que va conectado con una bolsita que se va llenando de porquería y que vacío un par de veces cada día. No puedo dormir por culpa de ese mismo drenaje que me impide adoptar las posturas que yo quisiera y me levanto cansado y dolorido. De las cosas que me gusta hacer ya no me queda ninguna salvo tomar fotos y escribir y aun así de forma muy limitada.
En estas condiciones vivo. Y sobre todo, en estas condiciones vive mi chica. Me tiene al lado pero no me disfruta porque me paso más de la mitad del día durmiendo y cuando estoy despierto no tengo energía para nada, así que se limita a hacer las tareas de la casa, ir al súper, cocinar, etc. nada de una feliz y agradable vida en pareja, eso no existe entre nosotros. Encima no tiene con quién hablar porque sus amigos y familia están en Chile, así que se lo traga todo ella solita. Y para colmo no tenemos ingresos de ningún tipo y vivimos con lo poco que puede enviarnos su madre, que es una santa, ya que por alguna extraña razón mi familia pasa de nosotros y no nos ayuda en nada. Salvo mi hermana que es otra santa.
Dicho todo esto vuelvo a lo que significa la lucha contra el cáncer: ni más ni menos que vencer todo eso y llevar una vida feliz. Si yo fuese sincero estaría todo el día llorando y maldiciendo mi suerte, de manera que tengo que hacer un pacto conmigo mismo que supone olvidar algunas cosas, dejarlas aparcadas sin pensar en ellas, hacer un pequeño ejercicio de cinismo para poder vivir con una sonrisa en los labios. Y cuando mi chica y yo nos miramos, ambos sabemos que toda esa mierda está ahí, pero elegimos no pensar en ello, elegimos mentirnos a nosotros mismos para poder abrazarnos. Hemos decidido que el tiempo de vida que me quede ha de ser un tiempo lo más feliz posible, que nuestro amor ha de ser un amor alegre y nuestras vidas no pueden quedarse en la autocomplacencia. De ninguna manera. El cáncer quiere que yo sea sincero y llore por los rincones y yo elijo no hacerle ni puto caso, ignorarlo, apartarlo de mi camino y hacer como que no existe para poder llevar esa vida feliz y alegre que nos hemos prometido.
Si logramos que estos meses, o semanas, o años que me queden de vida sean alegres, entonces sí habremos vencido al monstruo porque, finalmente, todos sabemos que hemos de morir pero lo importante es cómo decides vivir. Y nosotros hemos decidido vivir alegres y enamorados. Y para ello tenemos que esconder la espantosa realidad que nos ha tocado en suerte bajo una gruesa alfombra. Ya la barrerá alguien más adelante. Nosotros a vivir que son dos días.