Dejar de fumar es una de las cosas más difíciles que se pueden hacer en la vida. Seguro que conoces a alguien que puede fumar solo un cigarro al día. O fumar solo cuando sale de fiesta, un par de veces al mes. Alguien que dejó de fumar de la noche a la mañana, sin esfuerzo. Pero todas estas personas son excepciones. Lo más habitual es que el tabaco genere muchísima dependencia. Si no, ¿cómo iba a haber tantísimas fumadoras, con lo poco que aporta el tabaco?
Fumar es engañarse
Fumar no sabe bien. No huele bien. Es caro. Hace daño a nuestra salud: a corto plazo y a largo, en lo grave y en lo leve. Sin embargo, todas las personas que nos enganchamos al tabaco nos decimos «a mí el sabor me gusta». «El olor no es para tanto». «Cuando no fumo toso más». Todas estas ideas son parte de lo que hace la drogadicción con nuestro cerebro.
La primera gran mentira es que «fumar tranquiliza». Que el deseo de volver a fumar, el ansia por conseguir la siguiente dosis de nicotina, nos ponga de los nervios no quiere decir que fumar nos calme. Solo quiere decir que estamos en la casilla de salida para el siguiente cigarrillo.
A pesar de todo esto, sabiéndolo conscientemente y repitiéndome cada palabra, no fui capaz de dejar de fumar durante el embarazo. Como ya he contado, pasé el embarazo con ansiedad y depresión. A algunas personas, el síndrome de abstinencia del tabaco no solo les genera los síntomas típicos (irritabilidad, insomnio, alteraciones en el apetito) sino que lo hace durante más tiempo, de forma más profunda e incluso combinándose con otros síntomas. En mi caso, dejar de fumar agrava muy seriamente los síntomas depresivos.
Muchas de las personas a mi alrededor, incluso acérrimas luchadoras contra el tabaco y excelentes apoyos cuando he decidido dejar de fumar, al ver los efectos que la abstinencia tiene en mí caen siempre en la misma posición: «quizá no tendría que ser ahora»; «puede que no sea el momento»; «a lo mejor no puedes dejarlo del todo». Es muy difícil acompañar a una persona que está deprimida: cuando ves cómo una decisión empeora tanto los síntomas parece inevitable querer revertirla.
Lo que fumar puede hacerle a tu bebé
Fue ese miedo a empeorar la depresión con la abstinencia lo que me hizo decidir esperar para dejar de fumar. Bajé muchísimo la cantidad de cigarros que fumaba al día: desde casi un paquete a entre cinco y siete cigarrillos. Sin embargo, no hay una cantidad de nicotina segura para el bebé: solo es seguro no exponerle.
Seguir fumando durante el embarazo está asociado a un menor crecimiento del feto, y a problemas respiratorios durante toda la vida. Puede provocar nacimiento prematuro o muerte fetal, y también es un factor de riesgo en el síndrome de muerte súbita del lactante. También hay recién nacidos que muestran síntomas de abstinencia los primeros días de vida.
El mito de «los estudios sobre tabaco y bebés»
Hay estudios que han observado que la ansiedad en las madres puede tener los mismos efectos que la exposición al tabaco sobre el feto. Sin embargo, la afirmación (que muchas usamos como autoengaño) de que «si tienes mucho mono, es más perjudicial para el bebé soportarlo que fumar muy poco» no es cierta.
Imagen de Phduet
Tenemos que entender que no está permitido experimentar con seres humanos, así que las condiciones con las que se hacen este tipo de estudios no son ideales desde el punto de vista experimental. Lo que los investigadores médicos procuran es analizar estadísticamente grupos lo más representativos posible para poder decir si A es más probable que B.
Los avances científicos que hemos dado gracias a este método son enormes, pero estos métodos pueden equivocarse muchísimo: desde que el investigador haga la pregunta equivocada hasta que los participantes mientan, pasando porque haya un error en el análisis matemático de los datos.
Por tanto, cuando un estudio dice que en un determinado grupo se ve que los nacidos de madres con ansiedad muestran unos problemas con más frecuencia que en otro grupo los nacidos de madres fumadoras seguimos hablando de probabilidades, sin controlar muchísimos factores adicionales (como la relación entre el tabaco y otras sustancias). Puede ser tranquilizador, pero, de nuevo, nos estamos engañando. La única forma de proteger al bebé sinceramente es dejar de fumar.
Nunca es tarde
Si, como yo, no has podido dejar de fumar durante tu embarazo, quizá consideres que ya no merece la pena. Eso también es rotundamente falso.
Los niños expuestos al tabaco tienen mayor riesgo de enfermedades respiratorias, mayor probabilidad de desarrollar conductas adictivas, empezando por el propio tabaquismo, y hasta se ha correlacionado con problemas de aprendizaje y atención.
Pero, más allá de todo esto, lo que a mí me puso entre la espada y la pared no fueron las estadísticas, ni los artículos médicos y psicológicos.
¿Fumar es más importante que tu bebé?
Durante los primeros meses de la vida de tu bebé, no duermes bien, comes a deshoras, se te olvida ducharte y no tienes tiempo para hablar con nadie. Y aunque esto es durísimo, son adaptaciones que vas haciendo casi sin sentirlas. Porque el bebé llora y algo en tu cerebro dice a gritos que eso es lo más importante y lo más urgente a lo que hay que atender.
En mi caso, había una excepción. Solo dejé a Monete llorando para acabarme un cigarro. Y solo me enfadé con Monete por llorar (¡como si pudiera expresarse de alguna otra forma!) cuando estaba impaciente por fumar.
En esa ocasión, lo vi clarísimamente: si no quiero que nada esté por encima de mi bebé, ¿cómo es posible que esté permitiendo que una droga lo haga? Ahí tomé la decisión de dejar de fumar cuanto antes. Y así lo hice.
Mi método para dejar de fumar (y por qué sirve)
Como fumadora reticente, esta ha sido la quinta o la sexta vez que dejo de fumar a lo largo de mi vida (¡la primera tenía dieciséis años!). He probado a hacerlo gradualmente y de golpe, con pastillas y «a pelo».
Esta vez, descargué una aplicación (bueno, varias. Pero os cuento por qué la elegí): Stop Tabaco, desarrollada por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Y os cuento por qué creo que funciona.
Elige una fecha: tu día D
Para dejar de fumar necesitas estar convencida. Y eso muchas veces pasa por hacer del momento un rito, un acto simbólico. Por eso, necesitas una fecha para dejar de fumar. Año nuevo. Tu cumpleaños. El primer día de vacaciones. Lo que sea. Pero es importante que esa fecha sea oficial, que puedas recordarla y celebrarla.
Esto evita que caigas en la famosa frase que atribuyen tanto a Groucho Marx como a Mark Twain: «Dejar de fumar es fácil, yo lo he dejado ya más de cien veces».
Desengáñate
Decíamos que fumar es engañarse. Hay muchísimas falsas creencias que tenemos asociadas al tabaco. Desde el «por un cigarro no me voy a morir» hasta el «es preferible fumar que tener que tomar antidepresivos», pasando por la que comentábamos: «para el bebé es mejor que te fumes un pitillo que soportar el mono».
Con este método, se trabajan todas estas falsas creencias. Con la información en la mano, los datos objetivos y la repetición diaria, es muy difícil caer en estas excusas y justificaciones.
Imagen de Jannoon028
Rompe los hábitos
Se dice que hay «fumadores sociales». Yo siempre he dicho que soy «fumadora trabajadora». Cuando más me cuesta no fumar es cuando estoy trabajando… porque es mi excusa para hacer un descanso. ¿Y de qué disfruto en realidad, del cigarro o de la pausa? Lo mismo con el café de la mañana: es el único rato de silencio y ritmo lento que me otorgo al cabo del día. ¿No será que tengo un problema con los ritmos, y no tanto una adicción al tabaco ligada al ajetreo laboral?
El método te obliga a ir rompiendo todas esas asociaciones: tus momentos mágicos, tus rincones especiales, tus ritos y fetiches… Prohibido disfrutarlos mientras fumas. Y, visto así, está muy claro: el tabaco no aportaba ningún extra.
Trabaja la adicción física
Como mi principal adicción siempre ha sido la psicológica, he considerado siempre que para mí era más fácil dejarlo de golpe. Y la sorpresa que me he llevado esta vez ha sido que no es así para nada: incluso a pesar de que, como otras veces, me he tenido que enfrentar a síntomas depresivos muy graves, en ningún momento se me ha pasado por la cabeza que una dosis de nicotina fuera a mejorarlos.
Eso lo he aprendido, entre otras cosas, al ir disminuyendo gradualmente la cantidad que fumaba cada día. Cuando después de un día muy malo fumas un cigarro y te das cuenta de que el «craving» (esas ganas ansiosas de dar una calada) se pasa pero la tristeza no eres muy consciente de cómo el cigarrillo no va a solventar el problema: y eso no te pasa si lo dejas de golpe.
Sola no puedes (con amigos, sí)
Esta es una de mis frases favoritas y sin embargo me cuesta la misma vida pedir ayuda. Lo primero que te obliga a hacer el método es buscar apoyos. Y lo bueno que tiene la presión social es que sirve lo mismo para lo bueno que para lo malo, así que el saber que hay quien está pendiente de ti para ver cómo lo llevas hace que sientas una enorme vergüenza de pensar en rendirte… Y eso ayuda muchísimo.
Bonus track: lo que me va ayudando, ahora que ya no fumo
Estas personas que me han venido apoyando me han pasado todo tipo de recomendaciones (algunas de ellas, ex fumadoras, podían compartir sus propios trucos). Desde alimentos que ayudan con la ansiedad hasta ideas de qué hacer con el dinero ahorrado.
A mí, en particular, me están sirviendo estos trucos:
- Abrazar al bebé cada vez que quiero fumar. El contacto con nuestro bebé despierta una descarga hormonal que, si bien no es equivalente a la dosis de nicotina, sí que puede confundir al cerebro.
- Respirar hondo por la boca. Siempre te dicen que lo evites, pero a mí respirar como si estuviera dando caladas es algo que me ayuda: quizá porque tengo asociadas esas respiraciones con las pausas que comentábamos, y me tranquiliza. Basta con dos o tres veces (tampoco queremos hiperventilar).
- No sustituir el tabaco por la comida. Algo muy habitual cuando dejamos de fumar es calmar el ansia comiendo. Y, francamente: no funciona. Porque nos dedicamos a comer basura, que tampoco es saludable ni para el cuerpo ni para el espíritu, y porque al final tenemos una sensación de pérdida de control que destruye nuestra autoestima. Aún estoy intentando reconocerme en mi cuerpo posparto, no quiero hincharme a gominolas, gracias. Cuando necesites tener algo en la boca, prueba a beber agua: la mayoría de las personas beben menos de lo recomendado, así que aprovecharás para hidratarte y te encontrarás mejor y no peor.
- Muévete. Esto es difícil después del parto porque estás limitada a la hora de hacer ejercicios, pero en general mantenerte en movimiento ayuda a no entrar en bucle y además también libera hormonas, como el vínculo con el bebé: aprovechar todos estos «colocones naturales» es muy útil.
Y tú, ¿cómo lo hiciste? ¿Fuiste capaz de dejar de fumar al saber que estabas embarazada? ¿Fuiste previsora y lo dejaste mientras buscabas quedarte? ¿O aún lo tienes pendiente? ¿Cuál es tu truco infalible para evitar el mono del tabaco? ¡Cuéntanos y mucho ánimo si aún peleas con la adicción al tabaco!
La entrada Cómo dejé de fumar con mi bebé se publicó primero en Mamá Monete.