(Ni tú ni yo. No hablo ni de ti ni de mí. O sí. No te tomes esto como algo personal.)
Fácil. Practicándolo.
La propia práctica del Método Natural es un descubrimiento diario de mil debilidades mentales.
Años moviéndote como un robot, repitiendo cientos de veces exactamente los mismos gestos antinaturales, a veces más “funcionales”, y otras interactuando con otros robots –máquinas, actividades dirigidas.
Además, los resultados no llegan. Tú haces ejercicio y te mueves para algo. Para adelgazar, para rendir, para enseñar tus músculos. No te mueves por y para moverte. Eso de disfrutar de las consecuencias no va contigo. Es más, no va con ningún robot. ¿Disfrutar? Aquí lo importante es ejecutar el programa y producir.
El Método Natural da miedo.
Moverse diferente da miedo, mucho miedo.
Miedo al propio movimiento. ¿Equilibrarte sobre una barandilla? ¿Saltar un muro? ¿Reptar por la arena de la playa? ¿Lanzar piedras? ¿Gatear por debajo de un parking de bicis? ¿Saltar de banco en banco? ¿Revolcarte por la hierba mojada del parque? Movimientos inherentes a tu propia naturaleza, y paradójicamente desconocidos, olvidados.
Y miedo al qué dirán. Porque los robots no sólo están programados para moverse como robots, sino para juzgar a otros robots –los que te señalan cuando practicas Método Natural–, y para avergonzarse cuando no sigues el programa establecido –tú mismo, sintiéndote ridículo cuando te desvías de las normas del ejercicio convencional. ¿Me estarán mirando? ¿Se reirán de mí? ¿Por qué narices hago el mono todos los días?
Pronto al miedo le seguirá la parálisis, a la parálisis las excusas, y a las excusas el abandono.
Entonces descubrirás lo débil que es tu mente. Lo seguro y previsible del movimiento artificial y repetitivo es demasiado cómodo y atractivo. La aprobación de la tribu demasiado incisiva.
Y olvidarás que la evolución pertenece a los que mejor se adaptaron, probablemente siguiendo caminos de lo más inseguros y mal vistos.
Es normal. A todos nos pasa una y otra vez. Eso no nos distingue. Todos sentimos miedo. Todos tenemos debilidades.
La diferencia está en tu capacidad de comprender la naturaleza de tu debilidad y tu miedo, y más tarde en elegir un nuevo modo de vida –o no.
¿Te resignarás ante tu debilidad?
¿O superarás una vez más tus miedos para salir más fortalecido?
Tal vez ese juego entre tus miedos y debilidades al moverte –y vivir– diferente y exponerte a la crítica pública, sumado a la fuerza resultante de haberlos superado, también te sirvan para romper cualquier círculo vicioso de miedo, parálisis, justificación y abandono de tu vida cotidiana.
Recuerda el lema del fundador Georges Hébert, “Ser fuerte para ser útil”.
También mentalmente.