Era lo suficientemente pequeña como para entender por qué tenía que soportar el dolor que le provocaban los tirones, cada vez que las enfermeras entraban sorpresivamente a su habitación de aquel viejo hospital, para cambiar las gasas. Había que cambiarlas, la herida era muy grande y su cuerpito muy pequeño. Las cintas que sostenían las gasas tenían un pegamento que se adhería a la piel casi como formando parte de ella. Era un dolor soportable para un adulto, pero insostenible para aquella niña que de un día para otro se vio durante días en la cama de un hospital. Estaba cansada.. y algo triste. Era mucho mejor estar en su casa jugando con las muñecas, ir a tomar un helado, disfrazarse o jugar en el parque.
A todos alguna vez les había tocado de cerca. Pero esta vez no escuchaba historias ajenas, era la suya la que movilizaba lo más profundo de su corazón. Lo había perdido para siempre, y no había habido una última oportunidad de mirarse a los ojos, de decirse lo que sentían. Ya todo sería un recuerdo… o muchos recuerdos. La noche en que su padre le regaló las estrellas, las cosquillas seguidas de muchas risas, los abrazos y los juegos. Ya no habría otra oportunidad, es que no sé por qué siempre creemos que habrá tiempo para todo. Pero no. A veces no lo hay y duele.
Cuando parecía tocar el cielo con las manos, cuando creyó que verdaderamente era una persona privilegiada por que la vida le sonreía (y eso no pasaba a todos los que estaban a su alrededor), cuando nada más necesitaba porque todo lo tenía… ahí, justo en ese preciso momento, todo se derrumbó. Miles de edificios le cayeron encima, y bajo los escombros asomó después de varios años. Fue lento.. muy lento. A decir verdad, creía que nunca lograría salir de allí, era mucho peso el que tenía que soportar, era tan fuerte el dolor que vencía todos sus intentos de salvarse. Fue asomando muy de a poquito, casi sin darse cuenta de que finalmente lo lograría.
Era la persona más entera que jamás había visto. Siempre erguido, lúcido, activo. Por momentos demostraba cierta dureza que desenmascaraba con pequeñeces que escondían grandes acciones. Claro que nada podía sucederle, era el más fuerte, el que todo lo podía, el que siempre estaba allí, donde lo necesitaban. No le agradaban los elogios ni los agradecimientos, prefería evadirlos con un aire de indiferencia, a pesar de merecerlos. Todo parecía casi perfecto a su alrededor. Era casi imposible sentirse débil a su lado. Pero esta vez había decidido entregarse, dejar de ser un gladiador. Este dolor que invadía su cuerpo no se encontró con un guerrero. Ese dolor que lo acompañó hasta el último minuto sin que nadie le abriera la puerta.
Era la última vez que podría sentirlo de ese modo. Sabía muy bien que no tendría más hijos. Sus dos primeros partos fueron con epidural, lo que alivió mucho el dolor de las contracciones, pero dejó en ella esa rara sensación de no haber sentido todo lo que esperaba. Si no lo intentaba en esta oportunidad, nunca lo sabría. Estaba decidida a experimentar. “¡Parirás con dolor!”… alguna vez se había reído de esa frase, diciendo que ella tuvo a sus hijos casi muerta de risa.. Y era real, pero también era real que sentía que algo le faltaba saber. Cuando se acerco la fecha lo conversó mucho con su pareja, y finalmente decidió intentar ser fuerte para soportar el dolor que luego se transformaría (muy rápidamente) en el placer más grande de la vida. Pudo soportarlo, pudo vivirlo y sentirlo.
Estas historias seguramente serán reales, en mayor o menor medida, para muchos de quienes lean este post. Historias que hablan de la parte no tan bella de la vida, que debe soportar el ser humano. El dolor siempre aparece en sus distintas manifestaciones.
Es bastante traicionero, por lo menos así yo lo creo. Cuando parece que todo está sobre rieles, aparece. Nunca estamos preparados para eso, a nadie le gusta el dolor físico ni que se hieran sus sentimientos. Aprendemos sobre la marcha a soportarlo, a llevarlo con nosotros y a deshacernos de él ni bien podemos hacerlo.
Aunque cueste creerlo, hay dolores que no son físicos, pero que duelen más que si lo fueran. La traición, la decepción, la muerte de un ser querido.. Cuando nos toca de cerca, primero nos invade, nos intenta destruir y luego podemos ponerlo en su lugar, en algún lugar para observarlo, analizarlo y buscar la forma de vencerlo.
El dolor físico, hay que vivirlo realmente para hablar con objetividad. Existen miles diferentes. Me pregunto por qué decimos que el ser humano es tan perfecto. Si realmente lo fuera, todos sus engranajes tendrían que funcionar a la perfección mientras tenga vida. Pero es así, con algunas fallitas que traen a veces consecuencias algo dolorosas.
Por suerte parece que entre tantas fallas, tenemos algo a favor que se llama “fortaleza” y es la que nos ayuda a superar momentos difíciles que sin ella, no podríamos tolerar. La fortaleza no tiene forma, no tiene color, es invisible hasta que la necesitamos. Todos la tenemos. Si aún no la encontraron, busquen bien, revisen todos los rincones, bolsillos, cajones, bolsos, que por allí estará aburrida, esperando a que la llamen para acudir en nuestra ayuda.
El dolor se tolera y se supera con fortaleza, con voluntad y ganas de seguir. Muchas veces el amor y la cercanía de seres queridos, una mano en el hombro o una medicina pueden ayudar a aliviarlo también.
Todo esto me hace pensar que a veces cuando no hay un dolor que nos aqueje, estamos molestos o insatisfechos con cosas que no valen la pena. De eso nos damos cuenta solo cuando algo nos duele de verdad. Mejor no esperar, la vida pasa muy de prisa y como leí por ahí… “La vida es el único regalo que no recibirás dos veces”.
Si te duele, es porque todavía estás vivo
Aclaración: cualquier parecido de las pequeñas historias aquí narradas con la realidad, puede que no sean mera coincidencia..