Como el arroz
4 enero 2014 por Carlos Padilla
Mi familia ha hecho de las comidas el momento por excelencia para reunirse. Si alguno tiene un problema, quedamos para hablar de él, al mediodía o a la hora de la cena, y entre todos damos consuelo y proponemos soluciones al que lo está pasando mal, tomándonos de paso una botella de buen vino y algo de picar. Si alguien tiene algo que celebrar, pues lo mismo: se busca una casa (normalmente la de los progenitores) y a disfrutar de la alegría. Aunque pensándolo bien, lo que nos pasa es que cada vez que nos reunimos, comemos y bebemos. Así estamos.
A lo largo de este tiempo de encuentros en torno a la mesa hemos ido adquiriendo unos hábitos a la hora de cocinar. Cuando éramos pequeños, pasábamos las tardes viendo a nuestro padre preparar la comida del día siguiente. Mi madre se había especializado en tres platos: el bistec empanado, los espaguetis y la ensaladilla. Esos los bordaba, pero no podía con cosas como los huevos fritos, las arepas o los chopitos. Su pánico al aceite hirviendo y chisporroteando la obligaba a forrarse el brazo de la espumadera con paños de cocina antes de agarrar la sartén. Así que el grueso del trabajo culinario recaía sobre mi padre.
Melchor, así se llama, nos ha dicho siempre que nuestro apellido, Padilla, viene del latín patella, un plato grande de metal utilizado en cocina, es decir, una paellera. De hecho, si algún ingrediente nos ha marcado de por vida, ese ha sido el arroz. Lo usamos en muchas ocasiones: que estás pesimista y crees que la vida es una mierda, pues arroz negro con tacos de pulpo y pámpano; que la vida te sonríe y quieres brincar y saltar, hacemos uno de conejo frito y boletus, dejándolo en un punto meloso; que quieres celebrar, como hoy, que unos amigos han venido a casa, pues hay que hacerlo de gambas gordas, champiñones Portobello y un pargo, bien caldoso. El arroz, cuidado y con amor, conquista cualquier corazón.
Hoy seguimos cocinando, siempre que podemos. Mira que hemos hecho arroces malos, como el de mi 33 cumpleaños. Metí unas setas Shitake mal deshidratadas y arruinaron la cocción. Soy consciente de la importancia que tiene en nuestras vidas. Siempre que no se te vaya de las manos. Entonces la jodiste. Porque este grano, como la vida misma, es traicionero. Si lo haces poco, queda duro, y si esperas demasiado, se te pasó el arroz.