El recuerdo del aniversario de la muerte de Franco y del fusilamiento de José Antonio, ambos 20 de noviembre, iba diluyéndose como también el horror de la guerra civil, pero llegó para resucitarlos el iluminado José Luís Rodríguez Zapatero invocando los crímenes del franquismo y destruyendo la concordia de la Transición.
Y por fin logró que fascistas y antifascistas volvieran a enfrentarse, como ocurrió en este último aniversario en Cuelgamuros, el Valle de los Caídos.
Unos iban a la misa anual por sus dos ídolos, los segundos fueron llamados por primera vez al enfrentamiento por la Federación de Foros por la Memoria para exigir ante los fascistas volar el monumento, como los talibanes los Budas de Bamiyan.
Pocos sabían, seguramente, que la cruz y sus figuras fueron obra del escultor socialista Juan de Ávalos.
Enfrentados, aunque separados por la Guardia Civil, fascistas y antifascistas se gritaban ahítos de odio: ¡Rojos, al paredón!, y ¡A por ellos, como en Paracuellos!
Muchos republicanos negaban los alrededor de 5.000 fusilamientos masivos a finales de 1936 en Paracuellos, Madrid, de los que Santiago Carrillo fue gran responsable. No podían creer que hasta 1939, mientras tuvo territorio en España, en la República había tantas matanzas como en zona franquista.
Zapatero creó pronto la tensión-enfrentamiento de las dos Españas que tanto buscaba lanzando la llamada Memoria Histórica y disparando propaganda contra Cuelgamuros, tan olvidado ya en 2004.
Finalmente, l conducta de este hombre ha ratificado el genial hallazgo político de Oriana Falacci: hay dos clases de fascistas, los fascistas y los antifascistas.
Aunque también hay grandes perturbados. Joaquín Leguina, respetado expresidente socialista de Madrid, dice en su blog que al principio pensó que Zapatero se había vuelto loco en Moncloa, aunque ahora cree que ya venía loco cuando llegó.