Revista Libros
" En casa de la señorita Winter nunca miraba el reloj. Para los segundos contaba con las palabras; los minutos eran renglones de caligrafía en lápiz,. Once palabras por renglón, veintitrés renglones por hoja, he ahí mi nueva cronometría. Paraba regularmente para hacer girar la manivela del sacapuntas y observar las virutas de madera con carboncillo columpiarse hasta la papelera; esas pausas marcaban mis horas.
Tan absorta me tenía la historia que estaba escuchando y escribiendo que no deseaba nada más. Mi propia vida se había quedado reducida a la nada. Mis pensamientos diurnos y mis sueños nocturnos estaban habitados por seres que pertenecían al mundo de la señorita Winter, no al mío. Eran Hester y Emmeline, Isabel y Charlie, quienes vagaban por mi imaginación y Angelfield era el lugar al que siempre volvían mis pensamientos.
La verdad era que no me molestaba renunciar a mi vida. Sumergirme hasta las profundidades de la historia de la señorita Winter era un modo de dar la espalda a mi propia historia. Sin embargo no es tan fácil olvidarse de sí mismo"( El cuento número trece. Dianne Setterfield) Quién no ha usado alguna vez la literatura como medio de evasión, como una forma para alejar momentaneamente los problemas o preocupaciones de la mente. Mientras te sumerges en las páginas de un libro, sólo importan los personajes, sus problemas, sus historias, y la mente descansa un rato de aquello que nos angustia y nos oprime. Es como una puerta de entrada a otra dimensión, sin embargo al cerrar el libro, al salir de la historia en la que nos sumergemos, ahí esta nuestro día a día, nuestras inquietudes, nuestras preocupaciones, no es tan fácil olvidarse de una misma.