Revista Salud y Bienestar
Difícil cuestión en una sociedad con grandes mayorías en llamas. No deberíamos asombrarnos del dolor que generamos cuando nos rodeamos de fuego en lugar de jardines. Creamos estructuras sociales, familiares, relacionales, laborales... que arden, que no funcionan bien, que pierden mucha energía en forma de calor. Terminan recalentadas y surgen las llamas que con obstinación prenden nuestros sueño y nuestra paz mental. Veo con dolor como buenos compañeros caen a mi alrededor presos de un calor que ya no pueden aguantar. Veo como cientos de pacientes acuden a consulta suspirando por algo que alivie su tormento. Me pareció bien la idea del Vaticano de anular el purgatorio, no hacía falta irse muy lejos, lo tenemos aquí mismo.
Como médico me enfrento todos los días a la pregunta que hoy reflexiono. La vida quema y nuestras manos están hechas de un material terriblemente frágil.
Cuando sentimos algo quemado en nosotros, algo que nos produce una densa desazón, un malestar, un terrible cansancio tal vez sea prudente detenernos y mirarnos.
1. Parar. Apagar el ruído, desconectar pantallas y aparatos.
2. Caminar un rato, irnos a un parque o al campo. Sentarnos en silencio a contemplar algo bello. Tomar conciencia del momento y de nosotros. Respirar.
3. Preguntarnos ¿qué está pasando? ¿qué sentimos? ¿de dónde vienen esas sensaciones, pensamientos o sentimientos? ¿qué hay debajo¿ ¿qué necesitamos?
¿Qué necesitamos? si hay malestar hay algo que necesitamos, de otra manera no sería necesario.
4. Volver a la tarea, si es posible un poquito más despacio, con algo más de conciencia.
Por supuesto la hoja de ruta es totalmente individual, tan solo pretendo apuntar cuatro sencillos movimientos que a veces pasamos por alto.
Sobre burnout profesional: aquí.