Fotografía de Ana Palacios, del proyecto "Niños esclavos, la puerta de atrás"¿Cómo se trata visualmente la pobreza infantil sin caer en el morbo y en los clichés? ¿Cuáles son los límites éticos que no hay que cruzar? ¿Y cómo se aborda este tema en un país como España? Estas son las respuestas de los fotoperiodistas reunidos en las
III Jornadas de Fotografía Social, celebradas en el Palau de la Virreina de Barcelona del 11 al 13 de diciembre, organizadas por la
Fundación Vicente Ferrer y el
Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya.
Tiziana Trota, escribe sobre Ana Palacios, El PaísAna Palacios: “La pobreza no es sexi”
Con 15 años,
Ana Palacios (Zaragoza, 1972) vio
ET en la tele: allí estaba lo que quería hacer. “Mamá, quiero dirigir pelis”, dijo. Era la pequeña de cinco hermanos, todos con profesiones “serias”, así que sus padres le contestaron que se dejara de tonterías y estudiara algo. Ante la obligación de escoger una carrera, optó por periodismo. Pero, después de terminar “a duras penas y copiando”, bromea, fue a EE UU para formarse en cine. Dos años más tarde, se dio cuenta de que lo suyo era la organización de los rodajes y, de vuelta a España, empezó a trabajar en una productora. Durante 17 años, se desempeñó en un mundo de glamur, que movía mucho dinero, pero de repente, con 37 años, vio que algo fallaba. “Estuve a punto de reservar un vuelo privado de EE UU a España solo para que viniera el perro de un actor”, recuerda entre los excesos a los que le tocaba enfrentarse.
Nunca había viajado más al sur de Tánger o al norte de Inglaterra, pero se armó de valor y se dirigió a India para ser voluntaria en un orfanato gestionado por unas monjas de su ciudad natal, Zaragoza. “Me dijeron: ‘Eres periodista, ven y cuenta lo que ves”. Estuvo tres meses visitando los proyectos de las religiosas en el país, sin saber exactamente qué hacer con las fotos que iba tomando, intentando que aquello no le afectara. Casi a punto de marcharse, fue a una escuela y en un aula vio a un niño solo, desnudo, atado a una pared, con el cuerpo deformado. “Estaba indignada. Aquella fue la primera vez que lloré desde que había pisado India”, recuerda. Luego le explicaron que iba desnudo porque hacía calor, que se había quedado solo porque sus padres estaban trabajando para darle de comer y que estaba atado para evitar que fuera arrastrándose por el piso y se hiciese daño. “Fue una lección de humildad y me enseñó que no puedo mirar el mundo con mis gafas de primer mundo”.Regresó a España, aún con la imagen de aquel niño en la cabeza. Contó su historia a los compañeros de la productora, que se ofrecieron para contribuir a los gastos médicos de una operación para que el pequeño Rajú volviera a andar. “Y todo esto solo porque les había enseñado una foto”, dice. Al cabo de unos años, contar historias como esta, “las caras B de los grandes desastres mediáticos”, se convirtió en su trabajo a tiempo completo.En el trabajo de Palacios hay dolor, pero también superación. “No se trata de edulcorar la realidad, sino de contarla en todas sus facetas, agregando contexto y profundizando en las causas. La pobreza no es sexi y, por desgracia, no está entre lo más leído de los grandes medios. Hay que huir del morbo y romper las narrativas únicas, como las que, por ejemplo, representan África como un continente donde solo hay hambre y guerras”. En sus fotos, inmortaliza a los invisibles.En el proyecto documental
Niños esclavos: La puerta de atrás, la fotógrafa describe lo que ocurre con miles de menores vendidos y explotados de Benín, Togo y Gabón, pero sin detenerse en lo que significa ser esclavo, sino en lo que pasa cuando consiguen escapar de una vida de trabajo forzado. En
La ruleta rusa de Mendel. Albinos en Tanzania, fue más allá de la persecución que padecen estas personas, cuyos huesos son codiciados para fabricar brebajes considerados mágicos. Palacios, en cambio, prefirió centrarse en su lucha, con vitalidad y fortaleza, para tener igualdad de oportunidades.