Revista Cultura y Ocio

¿Cómo funciona la mente de un político?

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por José Javier Vidal

Me comprometía en mi aportación al debate sobre la naturaleza de los políticos y los partidos a traducir el artículo publicado en la revista alemana “Der Spiegel” sobre la psicología y carácter de las personas que ocupan, en la política y en la empresa, posiciones de poder.

Traducir quizá sea un término demasiado ambicioso para mí. Mis conocimientos de alemán son limitados y, en modo alguno, soy un traductor profesional. Pero sí creo poder ofrecer a los seguidores de La Cloaca una versión aceptable del original. Lo que dice el autor, un experto en psicología del poder, ayuda, pienso, a entender cómo funciona la mente de un político. Por eso merece la pena el esfuerzo de acercar el artículo a todos los amigos del blog. Allá voy.

Merkel

OPORTUNISTAS Y CREADORES DE ILUSIONES

Por qué la línea que separa el poder del abuso de poder es tan fina

Michael Schmitz en Der Spiegel (35/2012)

Para la mayoría de la gente es algo sabido: Políticos y grandes empresarios son corruptos. Y, en efecto, encontramos claros indicios que justifican esa impresión. Stefan Mappus, presidente del estado federado de Baden-Wüttenberg, quiso mantenerse en el cargo con una arriesgada jugada. Apostó a la recompra de acciones del consorcio energético EnBW, omitiendo el preceptivo informe económico y jugándose 800 millones de euros de los contribuyentes. El presidente federal Christian Wulff tuvo que dimitir cuando se reveló que había aceptado préstamos especiales para financiar su domicilio particular, primero de un amigo, después de un banco, y que se había dejado invitar a un alojamiento de lujo por un empresario a cuyas ambiciones de negocio se había plegado. Helmut Kohl llenó la caja negra del partido gracias a donaciones anónimas. Esto le proporcionó los medios con los que compró lealtades en el partido. Incluso hoy, el viejo canciller se niega a revelar a sus financiadores.

La variante actual de la captación de dinero en los partidos se llama “esponsorización”. Con ella se recaudan millones. En los actos de los partidos numerosas empresas compran acceso al poder. Y pueden deducir de los impuestos los costes de esta aproximación a la política.

En público los empresarios exigen decencia. Pero el soborno es una práctica corriente. Consorcios como Daimler, Ferrostaal, MAN o Siemens, sobornaron durante décadas a políticos, funcionarios o empresas públicas en el extranjero para asegurarse lucrativos contratos. Este tipo de gestión política fue especialmente desarrollado en Grecia. Así, también empresas alemanas fomentaron un sistema corrupto que ha llevado al Estado griego a la quiebra y por el que están teniendo que pagar los contribuyentes europeos.

“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, razonó el historiador y político ingles Lord Aston en el siglo XIX. Hay poderosos que actúan correctamente pero los estudios psicológicos confirman que la relación entre poder y abuso de poder es estrecha. El poder cambia a las personas, también a las que llegan con las mejores intenciones. No a todas en la misma medida, pero esa es la tendencia. Los poderosos se burlan con facilidad de las reflexiones morales. Son los mejores mentirosos, raramente tienen conflictos de conciencia y no experimentan ninguna ansiedad. Quien dispone de poder intenta manipular a los demás para su utilidad personal. Los poderosos minusvaloran las capacidades de otras personas y sobrevaloran su participación personal en los éxitos. Consideran a los que les rodean como instrumentos para alcanzar sus metas personales.

Para ellos la opinión propia suele contar más que la de los demás. Los poderosos sienten poca compasión. A menudo no escuchan. Los deseos y necesidades propias están fuera de discusión y por encima de las ajenas. Un ejemplo: Wolfgang Schäuble (ministro de finanzas). El ministro, en una conferencia de prensa, humilló con placer a su portavoz Michael Offer. Schäuble, hasta hoy, no ha sentido culpa ni arrepentimiento. Es un poderoso que tiene un sobrado sentido propio de la justicia y al que le gusta hablar de sí mismo mayestáticamente (en tercera persona).

Los poderosos tienen un fino olfato para saber quién les puede ser útil. Ven claramente lo que estas personas le pueden aportar. Así que les dedican su atención. Los atendidos creen que lo son como personas y no como un instrumento para conseguir un objetivo. A menudo, descubren el auténtico motivo cuando no cumplen las expectativas. Entonces los poderosos reaccionan retirándoles su atención.

Una vez llegado al poder, quien lo alcanza ya no quiere abandonarlo. Este fenómeno se observa en todos los partidos. En cualquiera de ellos vemos las mismas caras a lo largo de décadas, sólo que cada vez más grises. Ni siquiera el Partido Pirata es inmune a la “droga poder”. Apenas algún político ha conseguido evitar la adicción. Muchos tienen que ser obligados a retirarse y lo viven como una amarga pérdida del significado y sentido de su vida.

¿Cómo funciona la mente de un político?

Angela Merkel se ha revelado como toda una experta. Tenemos que agradecérselo a Helmut Kohl. La adoptó como la “chica” y la dejo subir porque creía que nunca llegaría arriba. Pero cuando Kohl se falló a sí mismo y, junto con Wolfgang Schäuble, inició su caída, Merkel avanzó hacia la presidencia de una CDU sumida en la confusión. Sabía que en una elección directa no tenía ninguna posibilidad de lograr la cancillería. Cedió el paso a Edmund Stoiber y esperó hasta que llegó su momento. Aprendió a soportar engaños, tejer alianzas y desembarazarse de competidores cuando se presentaba la oportunidad. Con Norbert Röttgen demostró hasta qué punto no tiene escrúpulos con los compañeros de partido que amenazan su poder (Para los interesados en el caso, en inglés: http://www.spiegel.de/international/germany/chancellor-angela-merkel-sacks-environment-minister-norbert-roettgen-a-833614.html). Pero en el caso de la canciller, se puede observar cómo también puede llevar a la popularidad.

El poder se alimenta a sí mismo. Los cargos dan áurea. El status garantiza admiración. Quien tiene poder, tiene mucho que repartir: Puestos, proyectos, privilegios. El poder no actúa en la soledad. Al contrario, el poder atrae. En la crisis del euro Merkel ha logrado siempre presentarse como defensora de los intereses alemanes porque se esfuerza en poner límites a las pretensiones de otros estados. Por eso es atacada por políticos y periodistas pero también se fortalece su imagen en casa. Merkel no tiene experiencia en economía, a menudo cede en posiciones ya adoptadas, a veces sigue de manera precipitada un camino zigzagueante y, como casi todos los demás políticos, no tiene ni idea de qué es lo que podría llevar a una solución de los problemas monetarios y financieros.

Cambiando de valores conscientemente y sin escrúpulos, Merkel ocupa posiciones de distintos espacios políticos. Por ejemplo, en su abandono repentino de la energía nuclear. Así ha ganado una popularidad que puede seguir paralizando a los socialdemócratas y hacer que se den vencidos como oposición.

Sólo Sigmar Gabriel (presidente del SPD), con las propuestas más diversas, hace ruido, como un errático vendedor de sí mismo. Llama a la “domesticación” de los bancos y así toca el espíritu de muchos ciudadanos. Después, da el discurso de una responsabilidad conjunta de la deuda en Europa pero no deja claro lo que de verdad quiere ni lo que sería factible y realista. Confunde casi todo, también en su partido. Pretende sobre todo, así parece, llamar la atención. Vanidoso, forja palabras y emprende de esta forma una campaña electoral completamente personalista pero sin un concepto político reflexionado.

Para los políticos cuenta la imagen que tengan de sí mismos. Vemos una y otra vez cómo los políticos ocupan cargos para los que no tienen ninguna cualificación contrastada. Que consigan enredar a los votantes con sus promesas, depende de las esperanzas que hayan despertado en ellos. Los políticos tienen éxito como creadores de ilusión, como Karl-Theodor zu Guttenberg. Guttenberg tuvo la habilidad, durante mucho tiempo, de presentarse a sí mismo como decidido, cuando vacilaba, como intelectual, cuando copiaba frases. Tonto de él, que se ha convertido en “Plagiator” (Zu Guttenberg fue ministro de Defensa hasta que, en 2011, tuvo que dimitir cuando se descubrió que había plagiado su tesis doctoral).

La política es el semillero para oportunistas ambiciosos de poder y para los que navegan en la espuma. Simpatía es triunfo. Quien se hace querer por los votantes, sube. Los oportunistas se adaptan a los deseos de los electores. El núcleo de su programa es el populismo, no solucionar los problemas, aunque con ello los problemas sigan amontonándose y haciéndose más grandes. No obstante, afirman tenerlo todo bajo control.

A las personas les espanta lo que les causa dolor. Incluso aunque el retraso en adoptar las medidas necesarias haga que la causas persistan y el dolor, con el tiempo, sea más fuerte. La gente vive el anuncio de restricciones como una amenaza y su retraso, como un alivio. La política oportunista se aprovecha de esta inclinación humana y la irracionalidad unida a ella. La mayoría de los políticos no tiene ninguna intención seria de saldar cuentas. Así de sencillo. Pueden opinar con rigor sobre la necesidad de medidas de ahorro pero, a continuación, verán un nuevo motivo para aplazarlas. El ministro checo de Exteriores, Karel Schwarzenberger, ha puesto el dedo en la llaga. La crisis de la deuda, afirma, es sobre todo una crisis moral: “Es una consecuencia de la irresponsabilidad de los políticos. Se culpa a los banqueros pero en toda Europa desde hace treinta años los políticos han ido más allá de lo que permitían sus medios. Han gastado más de lo que ingresaban. La política ha llevado, a causa de su irresponsabilidad, a la actual crisis de deuda”.

Para tener éxito, los políticos tienen que distinguirse claramente de sus competidores. Exageran las diferencias, hablan unos contra otros en lugar de unos con otros, especialmente en público. Y mucho menos si se trata de darle solución a un problema. No se dignan a expresar lo que encuentran en las ideas de otros que podría desarrollarse constructivamente. No consideran con objetividad lo que puede haber en ellas de sensato e incluso de mejor que en las propias. Y niegan que una combinación de las medidas del gobierno y de la oposición sería posiblemente la política más conveniente. A través de una reflexión conjunta podrían llegar a las mejores soluciones. En economía, cuando tienen que superar un problema o solucionar controversias, los equipos directivos dejan circular las ideas más constructivas. Para lograr el mejor resultado posible, los implicados “construyen” a partir de las ideas de los otros. Las contribuciones de todos no deben desperdiciarse como propuestas que, si son propias, se valoran y, si son de los otros, se desprecian. Ha de anteponerse el trabajo colectivo al perfil personal. Así se logran a menudo soluciones e innovaciones que, de otra manera, nunca habrían salido a la luz. Requisito evidente es que se contenga el “ego”.

Los periodistas se consideran los controladores del poder. Con ello ejercen el mismo poder. Deciden qué asuntos han de debatirse y cuáles ignorarse, a quién dar la palabra y a quién no. Los poderosos necesitan los medios para crear opinión y los medios buscan la cercanía al poder para conseguir información. Los periodistas pueden conseguir acceso al poder en la medida en que se le muestren favorables. Reconocimiento a través del poder. Adulación. Con ello crecen, al mismo tiempo, su importancia y su valor de mercado. De esta forma, la distancia crítica necesaria para controlar el poder comienza a reducirse, a desaparecer. Los periodistas ejercen el control sólo si desvelan las relaciones de poder y ayudan a la compresión de las cuestiones capitales. En caso contrario, contribuyen al encubrimiento del poder. Y al entontecimiento de la opinión pública si en vez de ahondar en las controversias políticas se limitan a informar de los dardos que se intercambian los protagonistas. Así, haciendo de colaboradores sumisos, presentan las luchas de poder como un estúpido espectáculo hablado.


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