Ando desde hace un par de días como los gatos recién pelados. Lo confieso me equivoque de cuchillas en la maquinilla de pelar. Es lo que tiene hacer las cosas sin gafas cuando las necesitas. Cada vez que paso delante de un espejo, de un escaparate en el que me reflejo, me miro de reojo y me digo, joder que te has pasado Fermín.
Y como los gatos recién pelados, ando por las esquinas con gran dosis de vergüenza, casi no salgo a la calle, incluso estaba pensando ponerme una gorra, por eso de disimular.
Todo ello hasta que ayer no me quedo mas remedio que ir al mercado y mi pescadera me dio una dosis de autoestima. En un momento, entre lubinas y cazones, entre boquerones y caballas, mi pescadera me dijo, cuando yo intentaba justificar el pelado con cara de lastima, que bien te queda. El hijo de la pescadera, que también es pescadero, asentía la opinión de la madre pescadera mirando sin mirar, mientras quitaba escamas a una lubina. Pero a esa hora, mas de ocho mujeres hacían cola para comprar y también participaron en la critica estética de mi pelado. No se si por compasión, pero en esa pequeña asamblea popular-pesquera fue unánime, Fermín no te queda mal esa bola de billar en que has convertido tu cabeza. Salí del mercado con dos quilos de chocos y la autoestima alta. Y a seguir adelante.
Muchas veces nos entra cierto pánico confrontarnos con la gente. Parecemos a Epi y Blas, con las lecciones de dentro y fuera. Lo repetimos dentro,dentro,dentro. ¿Por miedo? ¿Por vergüenza? ¿Por estrategia?. Quizás por todo un poco. Pero cuando nuestra propia existencia esta en función de la sociedad, nada de fuera no es ajeno, ni nada de lo de dentro puede ser ajeno fuera.
Mira tu, que si no hubiera ido al mercado, no hubiera salido de casa hasta tener el pelo mas largo, y me hubiera perdido estos días de luz gaditana.