Por Jorge Jaramillo Villarruel
(Texto sugerido por su autor a Ciencia ficción en Ecuador, publicado originalmente en el blog Amor y Cohetes, el 3 de mayo de 2016)
Jorge Jaramillo Villarruel nació y vive en Ciudad de México. Ha colaborado en BOLIVIA TRES PUNTO CERO con ficciones quincenales. Editó la revista digital TRANSEÚNTES, en el INJUVE DF. Ha publicado cuentos, crónicas y ensayos en revistas digitales e impresas. Fue finalista en el Rodeo de Palabras 2007, en el periódico EXPRESO de Sonora y segundo lugar en el XIV Concurso Internacional de Cuento Navideño, Súbito, Breve y Electrónico (2011) de editorial Ficticia. Participó en la ANTOLOGÍA MEXICANA DEL ZOMBIE y en LOVECRAFT: UN TRIBUTO MEXICANO, publicados por El Under Ediciones. Fue invitado a participar en ALEBRIJE DE PALABRAS: ESCRITORES MEXICANOS EN BREVE, antología editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México), institución que también publicó su primera novela, LOS ELEFANTES SON CONTAGIOSOS, ganadora de la convocatoria para la colección ‘René Avilés Fabila’ 2014. Aparece en la antología THE BEST OF SPANISH STEAMPUNK, de la editorial Nevsky (España). Sus cuentos son materia curricular en la asignatura de “Lengua española, arte y literatura”, en el Tecnológico de Monterrey, campus Toluca.
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Frankenstein’s Lab by Jonathan Mcgonnell (http://jmcgonnell.com/filter/penny-dreadful/Frankenstein-s-Lab).
Conocer las características que debe tener el monstruo literario, puede ayudar a la escritura de una obra de horror más interesante.
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Por Alexis Cuzme
(Publicado en el blog del autor Ciudad Hecatombe el 3 de diciembre de 2007)
Han pasado casi dos meses desde que conseguí (muy distinto de comprar) la primera novela de Ray Bradbury. Antes de leerla me enteré de cómo y en qué condiciones logró redactarla (las ventajas de tener un hermano obsesivo con lo que lee y que es mejor investigador que uno), y no es que haya sido un factor determinante para que me acercara definitivamente a ella, sino que las otras necesidades interpuestas habían parado por un momento.
Más allá de la apocalíptica historia -aterradora para cualquier escritor- que la trama encierra, es el personaje protagonista, Montag, quien logra tornar a la obra sombría y desencadenadamente interrogativa a cada página. El espejo frente a la cama me ha descubierto lleno de picadas sobre el rostro con formas de interrogación.
Escondo el libro, tal y como el protagonista lo hace con las obras que no se atreve a quemar (la curiosidad de saber qué dicen las palabras y por qué hacen enloquecer a quienes las consumen); aunque nadie venga a quitarme nada. Soy Montag -pero a la vez distinto a él- acomodado sobre una cama, que escucha los ladridos de un perro normal -y no un monstruo de seis patas robotizado acechando con su punzón mortal a que salga de casa- que mañana vendrá moviendo su cola para lamerme. Mi esposa no es la insulsa materialista enclaustrada en la sala frente a tres paredes televisivas, absorbida por el mundo virtual donde es feliz (absurdamente feliz); no, ella pronto vendrá a besarme o a preguntarme qué me pasa. Soy Montag, un Montag del pasado que lee para no morir.
Han transcurrido casi veinticuatro horas desde que inicié y finalicé esta novela. Una sirena viola el silencio de la madrugada. Es sábado y la violencia ha cobrado nuevas víctimas, es eso o quizás la pesadilla de Bradbury empieza a ser verdad, y pronto no será una ambulancia recorriendo aceleradamente las calles con un herido o muerto dentro de ella, sino un desesperado grupo de bomberos en dirección a mí y lo que guardo. Convirtiéndome en un punto al que dirigirán mangueras -sin agua- para quemar, hasta reducir a cenizas, todo indicio de cuanto pueda brotar de mis pensamientos. Soy Montag, un Montag del pasado que lee desconsoladamente: “Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar”.
" data-medium-file="" data-large-file="" class="alignright size-radcliffe-post-image-small wp-image-820" src="https://amorycohetes.files.wordpress.com/2016/05/franky.jpg?w=400&h=295" alt="" />En el libro de Noël Carroll, The Philosophy of horror, or Paradoxes of the Heart, se exploran las características que tiene el monstruo en la literatura (novelas y relatos) y en las películas de horror, con lo que se trata de explicar por qué estos seres, a diferencia de otros monstruos (como en los cuentos folclóricos o en la mitología), causan horror, tanto en los personajes como, idealmente, en los lectores.A través de esta exploración, se puede hacer un esquema de tales características, que puede servir a un autor de guía para la creación de monstruos para sus relatos.
1. Un monstruo es amenazante
El monstruo de una obra de ficción puede ser amistoso (Monsters Inc.), heroico (Swamp Thing), simpático (La familia Munster), ridículo (Scooby-Doo). Pero en la literatura de horror, que tiene como objetivo general asustar, o causarle malestar o incomodidad al lector, la característica más notable de esta criatura es ser amenazante, es decir peligroso.
A) Peligroso de forma concreta
La forma más directa de hacer un monstruo peligroso es hacerlo letal. Una criatura que puede matar o mutilar, es un buen ejemplo de monstruo amenazante. La literatura está llena de ellos: Los cenobitas en Hellraiser (Clive Barker), los híbridos humano/pez en “La sombra sobre Innsmouth” (H.P. Lovecraft), el monstruo en Frankenstein (Mary Shelley), el vampiro en Drácula (Bram Stoker), el papá en El resplandor (Stephen King), la mansión en La maldición de Hill House (Shirley Jackson), el gato en “El gato negro” (Edgar Allan Poe).
Como podemos darnos cuenta, el monstruo en la literatura puede ser un humano común y corriente (King), un ser sobrenatural (Barker, Stoker), un animal (Poe), un objeto o cosa (Jackson) o lo que llamaríamos una aberración (Lovecraft, Shelley).
B) Peligroso de forma abstracta
A veces, el monstruo no es físicamente amenazante, sino psicológica, moral o socialmente. Son seres que no destruyen el cuerpo (o no sólo el cuerpo), sino la identidad (“El Horla” de Guy de Maupassant), que trastocan el orden moral establecido (La música de los vampiros de Poppy Z. Brite), o que buscan imponer un nuevo orden social (“La sombra sobre Innsmouth”).
También son amenazantes los monstruos que reactivan en el protagonista y el lector algunos temores infantiles, como el miedo a ser devorado o a la castración (Eso de Stephen King; La feria de las tinieblas de Ray Bradbury), o que amenazan con hacer conscientes los miedos y traumas sexuales (Carmilla de Joseph Sheridan le Fanu; “El tapiz amarillo”, Charlotte Perkins Gilman).
2. Un monstruo es impuro
Una característica común entre los monstruos en la literatura de horror, a diferencia de otros monstruos, es la repulsión que causan a nivel físico; en otras palabras, los protagonistas de estas historias, reaccionan con asco o rechazo antes estas criaturas, y hacen lo posible por no entrar en contacto con ellas. Esto se debe a la naturaleza intersticial o contradictoria de los monstruos, que presentan un conflicto entre dos o más categorías culturales.
La impureza de los monstruos literarios, se consigue de 5 maneras distintas, a saber:
A) Fusión
(Publicado en la web AGASF, Páxina web da asociación galega de ciencia ficción, el 18 de octubre de 2008)
Leonardo Wild es un escritor ecuatoriano al que tuve el gusto de conocer en la Semana Negra de Gijón en 2000. Empezó publicando en Finis Terrae en el número 10 de marzo-abril de 2000 y posteriormente publicaría unos cuántos artículos más. De él conocemos su novela corta: Orquidea negra o el factor vida, publicada por el Sistema Nacional de Bibliotecas en su colección “País secreto”. Este artículo se publicó en el número 16 de Finis Terrae.
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En 1956 un compañero de colegio de Michael Ende, cuyo nombre él ya había olvidado, lo encontró en la calle y le dijo: “Escuché que escribías. ¿Qué tal un texto del cual juntos creemos un libro ilustrado?” El amigo era diseñador, y Ende estaba en una época en la que cualquier trabajo era un rayo de esperanza. Fue a su casa y comenzó: “El país donde vivía Lucas el maquinista se llamaba Lummerland…” Después de años de estudios y análisis sobre estilo literario, sobre reglas de dramaturgia, comenzó un texto sin saber la dirección a seguir. Fue un sentimiento liberador. En cerca de nueve meses tuvo en sus manos un manuscrito de 500 páginas. Nunca pensó en publicarlo. Él era un crítico de cine, poeta, guionista, un intelectual apresado en la vida de escritor para los shows de Cabarets de Munich y los progamas de radio. Su nueva obra, Lucas el maquinista, no era más que un escape de las presiones del mundo. Pero esas mismas presiones —amigos que leyeron su texto y la falta de dinero— lo llevaron a enviar el manuscrito a varias editoriales juveniles. Sin suerte. (Muchas gracias, es un trabajo muy bonito, que promete bastante pero lamentablemente no entra dentro de nuestras necesidades editoriales…) Luego de una pelea cruenta por detalles estilísticos, gramaticales y de contenido con una editorial de Berlín (que por fin ofreció a Ende publicar la novela), se decidió a romper el contrato con ellos, pues acabaron diciendo que debía reducir en dos tercios el texto. Pero casi inmediatamente Jim-Knopf y Lucas el maquinista fue aceptado tal cual por otra editora de Stuttgart, y salió a la venta en 1960. No fue un éxito. Un año más tarde Ende se encontraba retrasado seis meses en el pago de su apartamento. No sabía de donde sacar suficiente dinero para comprar la comida para él y su madre. De pronto recibió una llamada por la que se le avisaba que había ganado el Deutscher Jugendbuchpreis, el mayor premio de literatura del gobierno alemán… lo cual representaba 5.000 marcos alemanes y un impulso en las ventas de Jim-Knopf… Este fue el comienzo de la fama de Ende, pero no el de su faena literaria que había nacido muchos años antes.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en plena era de la reconstrucción, se presentaban en Berlín más de doscientas obras de teatro en una noche: Shakespeare, Goethe, muchos otros grandes. Conciertos y música, el arte corría por las venas de la Alemania de post-guerra. El padre de Michael Ende, Edgar Ende (1901-1965), era pintor y como tal introdujo en la familia el amor a la inspiración artística, a la creación. No es pues sorprendente que el joven y futuro escritor acabara recorriendo las bibliotecas y comenzara a trabajar como director de teatro y guionista, y luego como actor. Su “carrera” en el teatro, sin embargo, acabó tanto por decisión propia como por ataques de envidiosos que deseaban a sus mujeres, las chicas de “Mike” (su apelativo), pues la fama de Ende de ser un Don Juan era muy conocida. No sólo quería él a las más bellas, sino que ellas lo querían a él para el desconcierto de los demás. ¿Sería por su atractivo? ¿Sería porque él siempre quería figurar, recibir los papeles principales en el teatro? Sea como fuere Ende dejó todo de un día para otro y se dedicó a la vida de autor libre, lo que no era cosa fácil a pesar de tener ya un nombre como guionista.
La grandiosidad de la temática de las novelas de Ende surgió justo después, más tarde aún que su fama como escritor, por crear un guión sobre Friedrich Schiller (1955) para la conmemoración de su muerte hace 150 años. Ocurrió en Italia, en Palermo, al escuchar las oratorias en un parque de palmeras cerca del majestuoso Palazzo dei Normanni. Toda la tarde brotaban versos de labios de los “Cantastoria”, historias antiguas sobre caballeros nunca olvidados, sobre reyes y princesas, oradores con una espada de madera en la mano y un brillo especial en los ojos, el público absorto y Ende allí parado sintiendo en su corazón la llamada de la prosa, de prosa escrita para ser eterna. “Así hay que escribir”, pensó mientras escuchaba. Al atardecer preguntó al orador Siciliano de donde había sacado la trama. “Una historia vieja”, respondió el hombre encongiéndose de hombros. Se la había contado su abuelo, quién la había leído de un texto antiguo de un escritor llamado Alejandro Dumas. Fue en el fondo lo que impulsó a Michael Ende a escribir cuentos y novelas, no para los críticos ni para ser vendidas, no para los intelectuales ni para los círculos de escritores (esperando su aprobación), sino para despertar los sueños de la gente con metáforas brillantes y un estilo fino y diferente, con un idioma hecho para atrapar la esencia del país de la fantasía.
Cuando la revolución industrial entró en boga, la visión del futuro estaba llena de esperanzas. La tecnología trajo visiones de un mundo opulento donde las máquinas trabajarían para el ser humano y éste podría dedicarse a actividades creativas. La Tierra prometía convertirse en un paraíso. Julio Verne se dedicó a presentar las ventajas de la tecnología. Sus “novelas científicas” comenzaron a salir a partir de la segunda mitad del siglo XIX (1850 en adelante) con el propósito de “vender” las bondades de la tecnología a los ciudadanos de la época. No obstante su visión fue cambiando conforme se perfilaron los aspectos negativos de la tecnología. Las máquinas pueden ser utilizadas para hacer el mal (Dueño del mundo). La literatura, especialmente la ciencia ficción de denuncia científica, se dedicó a presentar las pesadillas del futuro: H.G. Wells (La máquina del tiempo), Aldous Huxley (Un mundo feliz), George Orwell (1984), Ray Bradbury (Fahrenheit 451); la lista es larga y las historias dejan un sentimiento de fatalismo. El autor que actualmente se atreve a escribir una utopía (un mundo perfecto y bueno) es vapuleado y acusado de soñador, pues con el nuevo siglo llegó la era en la que las utopías se convirtieron en sinónimo de escapismo literario ¡Cómo atreverse a creer que el futuro puede traer algo bueno!
En una conversación mantenida entre Michael Ende y Hans-Christian Kirsch sobre los dos libros más conocidos de Ende (Momo y La Historia interminable), el primero confesó haber tenido la intención de crear utopías positivas, pues en una época en la que el futuro aparece negro, es necesario dar alguna esperanza a la gente pues de lo contrario todo estará perdido de antemano (Hetmann: Die Freunden der Fantasy — 1984; pág. 76-77). Una experiencia de Michael Ende demuestra cuán arraigada está la visión de un futuro donde el mundo colapsa y todo se va al diablo. El Instituto Duttweiler (cerca de Zurich, Suiza) había invitado a principios de los ochenta a más de doscientos gerentes y personas de influencia, entre ellos a miembros del Club de Roma, encargado de analizar la situación mundial y de ofrecer soluciones. Michael Ende fue invitado como un no-experto, como alguien que tal vez podría traer un nuevo enfoque al problema. La convención tenía como propósito estudiar los efectos de los ordenadores que se hacen cargo de la producción creando fábricas donde la presencia humana es nula. Ende, luego de leer pasajes de su libro Momo, pidió a cada uno de los presentes que tomaran parte en un pequeño juego: “Imagínense”, dijo, “que todos nos sentamos en una alfombra voladora y que viajamos cien años hacia el futuro. Cuando lleguemos cada uno debe decir cómo desea él que sea el mundo”. Luego de presentar las reglas del juego, Ende se vio atacado por los expertos. Estos, por supuesto, no participaron en el juego. Es más, por poco linchan al escritor alemán. “Me pareció horrendo como esta gente ya no podía pensar en cosas que estuviesen fuera del círculo vicioso (entre el poder y el miedo)”, confesó luego Ende. Al parecer existe una pared psico-social que impide ver más allá. Nosotros, los creadores del futuro, no queremos un futuro positivo, no estamos dispuestos a dar los pasos necesarios para un mañana mejor, y todo por miedo a nuestra situación actual, a perder lo poco que nos queda.
Hans-Christian Kirsch piensa que Michael Ende poseía un sentimiento de que es necesario crear, por lo menos como parte de nuestros deseos, utopías positivas. Para ello libros como los escritos por Ende ayudan a por lo menos dejarnos sentir qué es lo que quisiéramos, pues el problema es que ni siquiera sabemos lo que queremos. Estamos tan desanimados que no nos atrevemos a anhelar, ni en sueños, un futuro mejor para el planeta. ¿Tal vez por miedo a despertar y encontrarnos viviendo una pesadilla?
" data-medium-file="" data-large-file="" class="alignleft size-full wp-image-823" src="https://amorycohetes.files.wordpress.com/2016/05/mosca.jpg?w=740" alt="" />La fusión activa el conflicto a través de la combinación de dos o más categorías culturales opuestas, que pueden ser visualmente perceptibles o de un orden ontológico, por ejemplo: vida/muerte (vampiros, momias, zombis); animal/humano (“La mosca”, de G. Langelaan; los hombres cerdo en La casa en el confín de la Tierra de William Hope Hodgson); animado/inanimado (casas embrujadas, el puzzle en Hellraiser); inteligencia/instinto (“El gato negro”); tangible/intangible (“El Horla”); inocencia/maldad (“La gallina degollada” de Horacio Quiroga).La fusión se construye al condensar dos opuestos o más, en un mismo personaje (u objeto), que en la literatura de horror, no puede ser otro que el monstruo.
B) Fisión
En el caso de la fisión, los elementos contradictorios se distribuyen en entidades diferentes pero metafísicamente relacionadas, como ocurre con el doble o el changeling.
Fisión temporal. Dos entidades que habitan el mismo espacio (cuerpo), pero en distintos tiempos. Esta fisión divide a un ser en el tiempo. Por ejemplo, la figura del hombre lobo, donde bestia y humano ocupan el mismo espacio/cuerpo, pero en momentos distintos; este monstruo encarna una contradicción categórica (animal/humano) que se distribuye en el tiempo. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde es el ejemplo más famoso de monstruo creado a través de fisión temporal.
Fisión espacial. Se trata de dos cuerpos separados pero relacionados, una fisión que divide a un ser en el espacio, multiplicándolo. Por ejemplo, el doble en El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, o cualquier obra sobre el doppelgänger. Esta fisión se realiza en dos modalidades:
- El doble. Representa lo oscuro, lo oculto o reprimido que sale a la luz, y causa horror al contradecir las categorías culturales, morales o sociales aceptadas. El doble realiza los actos malvados que el original no cometería. “William Wilson” de Poe y Los elíxires del diablo de E.T.A. Hoffmann, son ejemplos de esta forma de fisión.
- El impostor. El monstruo es un remplazo del original (usualmente humano), o un impostor que trata de hacerse pasar por él. Si el impostor realmente lo es, se trata de un ser carente de emociones. Si no ha habido tal reemplazo, y sólo es imaginado por alguien, se trata de un trastorno psicótico, conocido como Síndrome de Capgras. El caso de Charles Dexter Ward de Lovecraft, es paradigmático sobre el tema del impostor.
Estas divisiones convierten a los personajes en símbolos que representan elementos categóricamente distintos u opuestos, mientras que en las fusiones, elementos contradictorios son amalgamados en un mis símbolo que los contiene. Condensación y división permiten proyecta temas de lo intersticial, contradicciones culturales e impureza.
C) Magnificación
Para causar horror, podemos tomar una criatura real, asociada a un sentimiento de repulsión, o que tenga características desagradables desde un punto de vista de nuestra cultura, y aumentar su tamaño considerablemente. Arañas gigantes sería la elección más obvia. Las arañas son criaturas que causan repulsión a la mayoría de personas incluso en su tamaño original. Aumentar sus dimensiones, incluso al tamaño de un perro, por no decir al de un edificio, tiene el poder de aumentar el horror que se experimenta. Un ejemplo de una araña más grande de lo normal, aunque no colosal, se encuentra en “El fresno” de M.R. James, y en “Entorno de cemento” de Brian Lumley, hay unos gusanos enormes.
- Reducción. Una variación es la reducción, como lo demuestran los relatos sobre duendes y elfos malignos, o “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, donde se toma la típica figura del vampiro y se la reduce al tamaño de un insecto.
D) Multiplicación
En lugar de tomar a estos seres y hacerlos gigantes, se trata de multiplicarlos en número. La masa de estas criaturas se convierte en el monstruo. Ataques de arañas, hormigas, langostas y ratas, se cuentan entre las más populares. Estas hordas no sólo causan angustia por su naturaleza repulsiva, sino que son movidas por una inteligencia maligna que parece buscar la aniquilación de los seres humanos. El relato “Las ratas en las paredes” de Lovecraft viene a la mente, al igual que “La voz en la noche” de Hodgson, donde unos hongos malignos brotan por todas partes y amenazan con cubrir la totalidad del mundo.
E) Metonimia del horror (horrific metonymy)
Por Alfonso Reece
(Publicado en el diario El Universo, Guayaquil, el 10 de junio de 2012 y luego en América Economía, el 6 de noviembre de 2012)
Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).
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Lo merecen. Mienten flagrantemente. Imaginen, ¡dicen que Ray Bradbury ha muerto! Vaya desfachatez, el día preciso en el cual Venus cruzaba el Sol. Lo que debe haber ocurrido, evidentemente, es que el autor de Las doradas manzanas del sol subió en la nave Copa de Oro y viajó a contemplar el fenómeno de cerca. Bradbury no es solo un asteroide, el 9766 precisamente, es un planeta, un escritor de ciencia ficción de dimensión galáctica.
(Esto es una conspiración, alguien ha escondido mi ejemplar de Crónicas marcianas, con prólogo de Borges). La ciencia ficción al cabo de unas décadas queda obsoleta, superada por los hechos o desmentido su ingenuo optimismo. Pero Bradbury dijo que lo que hacía no era ciencia ficción, sino fantasía. Y en efecto, no hay en sus narraciones la intención de anticipar el futuro mediante retratos científicamente realistas. Él nos habla de valores y de sueños, porque tanto los unos como los otros son eternos. Dijo que no escribía para adivinar el futuro, sino para prevenirlo. Parábolas, eso son sus obras, el Marte de las Crónicas, si se ve bien, es una metáfora de la Tierra, un planeta echado a perder por la insensatez humana. El gran Ray Bradbury, nacido en 1920 en Illinois. Siempre se ha sabido, en el Medio Oeste es donde aterrizan los extraterrestres como él. Lo que lo diferenciaba de los terrícolas que escriben ciencia ficción era que estaba dotado de un superpoder: la poesía. Esa virtud sobrehumana la podemos apreciar en El vino del estío, una infancia en el Midwest provinciano, pero narrada en claves de ciencia ficción, es decir con asombro, que es la actitud sin la cual la literatura es imposible. Delicadeza, hondura, brillantez, destila el único libro del escritor que trata sobre el pasado.
Dicen que pidió como epitafio “Aquí yace el autor de Farenheit 451”. Eso es toda una declaración. Porque Farenheit 451 es un canto a la libertad, una repulsa al totalitarismo y al pensamiento único. Un mundo en donde a 451 grados se queman todos los libros. Los lectores viven ocultos como vagabundos en los bosques coleccionando los objetos prohibidos. ¡Parábola! No hay diferencia entre incinerar libros y romper periódicos. Los que lo hacen quieren aniquilar el componente fundamental de unos y otros: ideas. No recomiendo su lectura, el ecuatoriano que lo lea no dormirá una semana. Bradbury sentenció: “Hay algo peor que quemar libros, es no leerlos”, el pecado de omisión es siempre el más grave.
El primer libro que leí de Bradbury fue Las doradas manzanas del sol, edición de Bantam. Afuera está nevando, en la biblioteca del highschool el adolescente de Cotocollao trataba de traducir estos versos: “A veces miro al sol: árbol en llamas,/ su fruto dorado cuelga en el aire sin aire,/ sus manzanas agusanadas por el hombre y la gravedad,/ el culto emana de ellos por todas partes,/ cuando el hombre ve el sol como un árbol en llamas” No, no es para entender.
" data-medium-file="" data-large-file="" class="alignright wp-image-822 size-radcliffe-post-image-small" src="https://amorycohetes.files.wordpress.com/2016/05/yondo.jpg?w=400&h=272" alt="Abominations of Yondo by Loneanimator" width="400" height="272" />Abominations of Yondo by Loneanimator
El monstruo no necesita ser repulsivo en sí mismo, basta con que se relacione con seres y objetos repulsivos para causar horror. El conde Drácula es una figura que, físicamente, no parece anormal, y en algunas lecturas puede incluso parecer seductor, pero se rodea de ratas y otras criaturas nauseabundas, lo que es suficiente para volverlo repulsivo por asociación. En El juego de las maldiciones de Clive Barker, el monstruo tiene una apariencia normal, pero su asistente es un zombi que a lo largo de la novela atraviesa por un proceso de putrefacción que lo va consumiendo más y más. En “Las abominaciones de Yondo” de Clark Ashton Smith, el monstruo es el desierto de Yondo que, aunque no se trata de un ser vivo, se vuelve causa de horror por su asociación con toda clase de abominaciones, como insectos color cadáver que persiguen al protagonista, hasta la criatura sin ojos parecida a un perro y a la vez a una araña, que trata de cazarlo usando el olfato.
3. A modo de conclusión
Un monstruo debe ser, por default, amenazante, esto se consigue haciéndolo peligroso. Un monstruo puede ser, además, impuro. La impureza es lo que convierte a un monstruo en un monstruo de horror. Esto se logra a través de: Fusión y fisión, que permiten la creación de biologías de horror; magnificación y multiplicación, que son formas de aumentar el poder de criaturas ya asociadas a sentimientos repulsivos y de rechazo, y la metonimia del horror, que es una forma de enfatizar la naturaleza impura de una criatura asociándola a los seres y objetos denostados. Los monstruos de la literatura de horror son un compuesto de peligro y asco.
Algunas de las criaturas más interesantes, son las que utilizan más de una de estas categorías. En el ya mencionado “Las abominaciones de Yondo” no sólo tenemos la metonimia del horror al asociar el desierto con seres repulsivos, también tenemos la multiplicación al multiplicar los horrores con los que se encuentra el protagonista. Del mismo modo, Drácula no sólo es un ser repulsivo por asociación a ratas y arañas, también incurre en la fusión al ser un muerto viviente, y en la fisión temporal, al convertirse en lobo.
El proceso de análisis de las criaturas de horror en la literatura, se puede revertir para hacer una síntesis, y en manos de un autor, esa síntesis puede cobrar la forma de un monstruo perdurable o, al menos, interesante. Crear al monstruo puede ser el más importante de los pasos para escribir un cuento. Compartan con nosotros los monstruos que han creado con esta técnica, o también sus propias técnicas para crear criaturas horripilantes.
En “Matango” y otros cuentos incluidos en El país de noviembre, encontrarás varios ejemplos de mostruos construidos con esta guía.
Conoce otros aportes de Lovecraft a la literatura.
“Inflorescencia“, un ejemplo distinto de fusión.
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