HCR huyó a la India para cambiar, buscar la paz , activar el tercer ojo de la sabiduría, conocer la serenidad y sorber la inspiración de los gurus que sobreviven inmóviles alimentándose de su espíritu.
En su localidad había sido atracada, fue acosada sexualmente por su director, sus alumnos la enloquecían, los hipócritas regían su partido político, los curas eran más reaccionarios que dos décadas atrás, debía medio sueldo de diez años por la hipoteca del piso, su novio se había ido con otra, y al caminar todos la pisaban.
En Calcuta vivía el guru del que hablaba su profesor de yoga, y a él fue. Aterrizó bajo un calor húmedo y fétido. La asaltaron en su taxi hordas de mendigos que la manosearon, el taxista le robó y el guru era de una casta superior y maltrataba a sus sirvientes. Unas castas le pegaban a las inferiores y así sucesivamente hasta llegar a los míseros intocables, que se descalabran entre ellos.
Yendo al hotel unos hombres trataron de violarla y los policías que la liberaron le pidieron rescate para no violarla ellos. Un santo guru inmóvil comía a hurtadillas y con prestidigitación escondía las limosnas. El ambiente estaba dominado por la putrefacción de todos los seres y productos orgánicos.
Regresó en el primer avión. Usó un spray paralizante sobre un tipo que se le acercó mucho y con el director acosador. Echó a los alumnos alborotadores. Antes de darse de baja insultó a los dirigentes de su partido. Increpaba a los curas llamándoles cuervos. Renegoció la hipoteca con el banco. Tuvo varios novios simultáneos. Antes de que le dieran pisotones le daba patadas a la gente. Así se sintió feliz y realizada.
Es evidente que ir a la India te cambia la vida, se dijo.