
Fotografía de archivo de R42.
Hace unas semanas desde la APV (Asociación de la Prensa de Valladolid) tuvieron a bien hacerme llegar un comunicado en referencia a los suicidios y la forma de informar de los mismos. Mi interés por este escrito que me facilitaron iba mucho más allá que la mera curiosidad, mi padre tomó esta decisión y para mí el tratamiento mediático recibido no fue el correcto.
No es un tema en absoluto sencillo, y como bien apuntan en su documento debe hacerse con mucho sentido común, evitando caer en el sensacionalismo y en la simplificación de los hechos. Aplaudo las conclusiones a las que han llegado y que deberían ser de lógica para cualquiera de los que ejercemos el periodismo en alguna de sus muchas formas, pero bien sabemos que en estos días (ya años) de cambios fugaces y reinvenciones de todo tipo la ausencia de pensamiento y empatía está a la orden del día.
Pero aunque considero que lo indicado en ese comunicado es de gran utilidad, y debería ser de lectura casi obligada, encuentro un gran vacío, un hueco que me sorprende que no se haya considerado: las familias. Se cita a “los conflictos familiares”, pero no se va más allá. La más directa consecuencia del tratamiento informativo de este tipo de tragedias es el cómo pueda afectar a los que se han quedado atrás.
No sé qué piensa alguien a la hora de decidir suicidarse, qué motivos realmente pueden llevar a ello y el cómo se es capaz de hacerlo. Me lo he preguntado muchas veces, no he llegado nunca a ninguna conclusión y lo cierto es que espero no entenderlo jamás. Normalmente solo recuerdo los buenos momentos y las sonrisas, pero en ocasiones se me ocurre buscar su nombre en Google y ahí están, las informaciones sobre lo sucedido. No son las iniciales, ojalá, el nombre, apellido, foto, cargo, descripción de qué pasó e incluso algún artículo de opinión he llegado a encontrar.
Hace años, cuando tuvimos que hacer frente a todo esto, no llegué a entender el porqué era noticia, no lograba comprender que algo que era causa de tanto dolor estuviera expuesto como en un escaparate, sin piedad alguna, compasión y bastante poca empatía. Hoy como periodista entiendo que fuera noticia, sé las causas que llevan a esa decisión y las motivaciones de convertirlo en una información. Sería muy hipócrita si dijera que no es así.
Lo que se me sigue escapando es el porqué no se respetó un cierto anonimato, el porqué ese nombre estaba ahí en negrita, que hubiera hasta fotografía y sencillamente que en ningún momento se pensara que detrás de todo, del interés mediático que en la ciudad podía existir, que tras esa cortina alguien se parara a pensar “este señor, este hombre tenía una familia, y no lo deben estar pasando bien”.
Por ello pido a mis colegas que se paren un momento, que intenten sentir por un segundo el dolor de cuando falleció algún familiar querido y le sumen el que además no se respetara el poder pasarlo en la intimidad, el estar solos llorando ya que esa opción se quita en el momento en que se publica en los medios a modo de noticia, reportaje y artículo.
Siempre hay alguien detrás, una familia, un amigo, un colega de trabajo, da igual, siempre hay una persona que llorará esa muerte y como periodistas en un mundo globalizado, un mundo que cada vez tiene menos distancias y un mundo en el que en un instante una noticia pasa a ser global, tenemos una obligación cada vez mayor. Ya no somos solo mediadores entre el público y lo sucedido, ahora (queramos o no tenemos) una responsabilidad mayor y debemos estar a la altura.

Doc Pastor
Periodista/Fotógrafo. Cine, cómic y lo que toque. Director Editorial de Ruta 42 y La Encuadre. Coleo por más sitios. Mi perrito se llama Loki.
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