Revista Cultura y Ocio
La tarea que se ha impuesto el periodista José María Calleja en Cómo informar sobre la violencia machista (Cátedra, 2016) es tan vasta como peliaguda: diseccionar los mecanismos históricos, sociales, psicológicos e incluso lingüísticos que fundamentan la presunta “superioridad” varonil y, por extensión abominable, la legitimidad de su uso de la fuerza sobre las mujeres. Y, sobre todo, comprobar de qué forma se da cauce a este tipo de informaciones en los medios de comunicación de masas, que son los encargados de divulgarlas y, en cierto modo, de construir o perpetuar arquetipos.La idea que defiende Calleja es nítida: centenares de mujeres han sido asesinadas en los últimos años en nuestro país sin que realmente se tomen medidas para corregir o castigar de un modo eficiente esta lacra, y sin que los responsables de los sistemas de información (periódicos, radios, cadenas televisivas, etc) se impliquen en el proceso con una elaboración seria y responsable de las noticias que sirven a los ciudadanos.Para encuadrar su análisis, el periodista nos ofrece un resumen de la situación de la mujer durante el franquismo, explicando cómo se han ido fraguando a lo largo de las décadas los roles, los modelos sociales e incluso el lenguaje. Hablar, nos dice, de un “crimen pasional” convierte lo que es un execrable asesinato en una cuestión amorosa que admite atenuantes sentimentales. Y es que el origen y la sedimentación de este tipo de pensamientos proceden muchas veces del lenguaje mismo, el cual “dirige nuestra personalidad psíquica con mayor eficacia cuando se incorpora de manera menos consciente” (p.42). Salvo la inclusión de algún epígrafe que no viene al caso, como el titulado “Abuso de curas a menores”, el cual aparece entre las páginas 117 y 124 y se sale del ámbito de este estudio (ojalá José María Calleja le dedique otro volumen a este horror, porque material tendrá de sobra), la obra es exhaustiva, inteligente y certera. En cada página nos detalla ejemplos atroces y nos incluye interrogantes para la reflexión, que no deberíamos desaprovechar: ¿por qué no se considera violencia de género, de forma generalizada, el asesinato de prostitutas? ¿Debe un padre maltratador ser apartado del régimen de visitas o de la custodia de sus hijos? ¿Cuántos casos de violencia machista se habrán producido en los ámbitos estancos (el ejército, por ejemplo), sin que su número haya trascendido a los medios? En cualquier caso, la gran máxima que rige el pensamiento de José María Calleja es cristalina: el periodista nunca puede ser equidistante cuando informa de estos sucesos abruptos (“No cabe la bisectriz moral entre un maltratador y una maltratada”, p.97).En ocasiones, un par de frases pueden servir para condensar el espíritu de un libro, porque incorporan muchos de los matices que en él se abordan. En el caso de Cómo informar sobre la violencia machista, de José María Calleja, esas dos frases podríamos encontrarlas casi al comienzo (“Incluso cuando la banda terrorista Eta asesinaba, había más muertes de mujeres a manos de hombres que víctimas del terrorismo”, p.7) y en el último tercio del volumen (“Las mujeres víctimas de violencia de género son las únicas víctimas de delitos violentos obligadas a dar explicaciones en España”, p.99). Reflexionemos sobre ellas.