Revista Opinión
Me despierto, me levanto, me ducho, me visto, voy a la cocina. No hay café. Busco el abrigo, me lo pongo, cojo las llaves, bajo, camino. Entro, pido, me sirven, bebo, leo, pago, salgo. Ando, miro, veo, observo, escucho, me indigno. Me empujan, empujo, me insultan, me enojo, me callo, me lo pienso. Sigo, me relajo, me río, me siento bien. Consulto mi cuenta. Continúo. Las veo, son preciosas, ––qué caray––las compro, me las llevo, entro al portal, subo a casa. No hay jarrón. Adiós flores. Me dispongo a trabajar. Enciendo, no funciona. Me enfado con el técnico, con todos los técnicos... con el mundo. Respiro, observo, sonrío. Ya ha pasado. Telefoneo, me atienden, resuelven: tiene usted que traerlo. Lo cojo, lo entrego, me hacen esperar. Al rato, el diagnóstico: ha muerto. Es un problema, pero no lloro, no grito. Recapacito. Regreso. Busco, encuentro. Salvado. Dos copias de seguridad. Tomo papel y lápiz. Anoto: café, jarrón, ordenador nuevo. Como la vida misma.