Cuanto mejor se conocen los dos miembros de la pareja: sus roles, sus necesidades, sus cambios, sus motivaciones, sus miedos y preocupaciones, lo que se siente y no se llega a expresar…más fácil es que la pareja transite junta, unida, por el puerperio femenino, en vez de alejarse el uno del otro.
Los hijos no unen parejas “per sé”. Los cambios que se producen en nosotras son tan grandes que suponen una revolución o una re-evolución que necesita de parte de la pareja, del conocimiento primero y de la aceptación después.
Algunos hombres ven en estos cambios una amenaza a lo que tenían. “Su mujer” ya no es la misma y en vez de pararse a analizar por qué pasa esto y a comprender la gran marabunta emocional que supone el puerperio, muchos se quejan y añaden más presión a la mujer. Presión que no solo no contribuye a recomponer el puzzle desmoronado con el que nos encontramos muchas en esta etapa, sino que, además, añade una carga de dolor, incomprensión y soledad que puede ser letal si no se toma conciencia para no seguir en ese camino de desencuentro continuo.
Cuanto más inmadura sea la pareja, cuanto menos maternado haya sido él mismo, cuanto menos dispuesto esté a zambullirse también en su propia sombra, cuanto más se empeñe en reencontrar a la mujer que conoció y no en descubrir a la nueva que está surgiendo de esta experiencia vital… más difícil le resultará aceptar los cambios.
Dice Carlos González que cuando los solteros se casan hacen una “despedida de soltero” precisamente para eso, para despedirse de un papel y asumir otro. Y que por tanto, las parejas sin hijos, al ser padres, deberían también comprender que se despiden de ese status: “pareja” para asumir uno nuevo: “familia”.
Quizás tengamos que empezar a establecer algún rito que vaya grabando en la conciencia individual y colectiva este hecho. Hacer fiestas de “despedida de la pareja”. Donde las parejas sin hijos estén con otras que ya tienen hijos y puedan escuchar, de verdad, lo que supone este cambio. (sigue…)
Donde los padres primerizos oigan a otros padres hablar de lo que supone el nuevo rol de padre. El rol de sostenedor de la mujer, que es el principal cuidador de la cría. Donde oigan que no se trata de establecer una igualdad en los tiempos de cuidado del bebé. Que no se trata de repartirse las tomas o las bajas por maternidad, no. Que se trata de entender las necesidades de cada uno de los tres personajes de esta escena.
El bebé tiene unas necesidades…
La madre tiene unas necesidades…
Y el padre tiene unas necesidades…
El primero no puede adaptarse a los otros dos… la segunda tendrá la mayor parte de su energía enfocada en el primero, así que el papel quizás más difícil y menos reconocido es el del tercero. Que ha de intentar satisfacer a los dos anteriores viendo que en un primer momento a nadie parece importarle lo que él quiere o necesita.
Por eso es tan importante la madurez.
Madurez emocional para aceptar esperar a que el big bang que se produce con la llegada del bebé no sea destructivo, sino creativo. Para entender que cuanto más arropada y comprendida se sienta la madre en su nuevo papel de madre, más autoestima y confianza tendrá para, llegado el momento, volver a mirar a su pareja con ojos de pareja y no solo de padre de su hijo.
Si en vez de eso, el padre empieza a manifestar “celos” quejándose directa o indirectamente de la atención que el bebé recibe, del tiempo, del espacio que ocupa incluso, pegado al cuerpo de la madre reclamándola día y noche ( momento culturalmente reservado en nuestra sociedad a la pareja), si eso pasa, entonces sufrirán los 3.
La líbido de la mujer en el puerperio está satisfecha enfocada casi exclusivamente en su cría. El tacto, el contacto, las miradas, la succión de sus pechos, son experiencias plenamente satisfactorias para una mujer cuya sexualidad se va a ver afectada.
Sexualidad afectada ya antes, sabiéndolo o no, manifestándolo o no, por multitud de factores, que pueden, casi con toda probabilidad, verse intensificados en este momento.
Factores como:
- Experiencias previas con todo aspecto de la sexualidad desde la propia lactancia y haber sido o no arropado, cogido, mecido y acariciado siendo bebé, la menstruación y las experiencias sexuales en sí.
- Pprejuicios y tabúes sobre el propio cuerpo y la imagen que proyectamos.
- Antecedentes familiares.
- Creencias morales.
- Abusos ( si los hubo).
- Trato y experiencias durante el embarazo y parto.
- Desconocimiento del propio cuerpo, su fisiología, sus funciones y sus capacidades.
- Incapacidad para hablar/explorar lo relacionado con la sexualidad.
No hay experiencia más sexual que la concepción-gestación-parto, y pensar que podemos atravesar por ella sin que nos deje huella es no solo ingenuo, sino una completa insensatez.
El puerperio abre las compuertas de nuestro “yo” interno. Nos enfrenta a eso que está ahí y que hemos preferido no ver, ni siquiera nombrar. Podemos haber vivido disimulando toda la vida, pero la verdad querrá salir con todas sus fuerzas. Lo sabio es dejarla salir. Lo sabio y lo duro a la vez. Porque intentar recomponerse mientras se cuida un bebé es muy complicado. Tanto que nuestro cerebro, vago por naturaleza, intentará engañarnos para dejarlo todo como está. Para desviar la atención de la realidad, como los ilusionistas, que mueven sus manos con gestos marcados para que no veamos los movimientos sutiles. Nuestro cerebro solo verá lo “grande”, lo “evidente”: un bebé que llora, que no nos deja respirar, que nunca se sacia de nosotros… Cuando los movimientos sutiles que se esconden tras eso no son sino nuestros propios reclamos.
Si es duro para la propia mujer ver esa realidad, aceptarla y asumirla, ni qué decir cómo es de difícil para la pareja. Que asiste entre incrédulo y asustado a este cambio de escenario en esta obra que se imaginaba de otro modo. Nadie le ha preguntado, nadie le explica…
Y nadie le explica, porque para explicar primero hay que entender… y no es fácil.
Y cuando por fin las mujeres aceptamos, y “vemos” y entendemos… y explicamos… no siempre nos sentimos escuchadas.
Si eres un hombre y lees esto, presta atención:
Sabemos que es difícil que comprendáis algo que no experimentáis por vosotros mismos. Que os gustaría que las soluciones que aportáis fueran tomadas en cuenta. Pero en ese proceso no hay atajos. No podemos seguir como si nada, mirando hacia adelante cuando nuestro ahoraarrastra nuestro pasado y nos pesa como una losa. Créeme que nosotras mismas hemos querido hacer eso. Arrancarnos la cadena que nos une a esa losa y huir hacia adelante… con vosotros… Pero no siempre es posible.
Si llegas a entenderlo, te darás cuenta que solo te queda escuchar, y acompañar y abrazar. Y después de eso, respetar a esa nueva mujer frente a ti y reenamorarte de ella. Porque tiene lo que tenía la anterior, pero tendrá muchas cosas nuevas y habrá perdido por el camino algunas de las que a ti te gustaban. Es duro, lo sé, pero es el único camino para seguir juntos.
Y tú mujer, si te has sentido identificada con lo que has leído, si has sentido esto mismo y te parecía que no sabías explicarlo… dáselo a leer a tu pareja. Leedlo juntos y hablad de ello.
No son los hijos los que separan las parejas… sino el desencuentro, la incomunicación, las falsas expectativas, el evolucionar por separado, el sentirse oído y no escuchado…
Las crisis son pruebas de fuego, para las personas, para las parejas, para las sociedades. Podemos quemarnos en ellas o salir refinados y fortalecidos. Nosotros escogemos.
Si escoges escuchar y arropar y acompañar y acariciar (en todo el sentido de la palabra), este proceso, puede que descubras que una mujer reforzada, empoderada gracias a este nuevo rol, puede ser mucho más interesante a todos los niveles y una mejor compañera de ese largo camino que os queda por recorrer juntos.
Fuente: Blog Mimos y Teta.