Los días de sol el camino al consultorio de las montañas es agradable. El coche surca la carretera lentamente, sin pasar de la tercera velocidad, y en la umbría de las curvas el calor deja paso a un ambiente de verano fresco y tranquilo. Llegaste con quince minutos de retraso y tres pacientes aguardaban sentados en el banco de la entrada como lagartos al sol los días de tristeza, que escribiera Valente. Les presentaste a Silvia, la enfermera que sustituiría a Leo durante las vacaciones. Todos la conocían porque nació y vivía aún en uno de los pueblos más pequeños del concejo. Mala suerte, el extraño continuarías siendo tú. Ricardo quería un par de recetas de las pastillas amarillas que tomaba para bajar su tensión arterial. Gloria se fatigaba por las noches desde el día de San Juan. Camilo no conseguía sacarse de encima la tristeza de ver morir a su esposa.
Silvia terminó antes que tú y te esperaba sentada en el banco de la entrada. Tenía los ojos cerrados, la cabeza levantada al cielo y las piernas estiradas. Estás aquí. Como los lagartos. ¿Perdona? Nada, era una broma. ¿Vamos a casa de Antón? Tenemos que ver cómo anda de su bronquitis. De acuerdo, como quieras. La mujer nos hará un café.