Dogmatizarnos para ir en contra de un dogma que se interpone en nuestro camino es un paso obligado en nuestro camino a una vida auténticamente libre y democrática. Es importante no atascarnos en este paso, y darnos cuenta de que combatir el dogma con un dogma contrario es la última trampa del dogmatismo. Para dejar atrás el dogmatismo hemos de comprender que es una fase de nuestra evolución en la que, como en todas las demás, crecemos. Machacar verbalmente a un dogmático no es la mejor forma de relacionarnos con él, y desde luego no es una manera de actuar que respete su evolución.
Para librarnos del dogma hemos de descubrir la belleza que esconde como etapa evolutiva, al hacerlo lograremos que los dogmáticos de nuestro alrededor dejen de molestarnos y, por lo tanto, no tendremos la necesidad de provocarlos, rompiendo así el círculo vicioso de dogmatismo y antidogmatismo, que de alguna manera nos mantiene pegados al dogma.
Gracias a los dogmas hemos podido desarrollar nuestras alas de la libertad, sin ellos la libertad hubiese sido solo algo teórico, algo sobre lo que no hubiese merecido la pena luchar. Vivir desde la libertad requiere del esfuerzo de hacer crecer nuestras alas, para después hacer de la resistencia de los dogmas la resistencia del aire que nos permite volar: no se puede volar en el vacío.