
Cuesta enumerar los motivos que la hacen irresistible. Como si se tratara del amor que se percibe en los personajes es mejor sentirla que estudiarla. Teje los hilos sobremanera para sembrar la sonrisa en el espectador y hacer que perdure durante y después de su visionado. Es de reconocimiento que con tan poco y selecto material se consiga parir una obra que sin ser maestra deje tan buen regusto. Porque su director ha conseguido no sólo calar hondo sino sembrar las ganas de repetir esta experiencia de la mano de una Jennifer Lawrence que desborda maestría en un caramelo de interpretación dando la réplica a un emergente Bradley Cooper en una compleja y plausible actuación. Un tándem que ya ha encontrado su espacio en los recovecos de la memoria cinéfila.

Lo mejor: los fascinantes diálogos de sus protagonistas servidos en unas interpretaciones para el recuerdo.
Lo peor: que sus ocho nominaciones a los Oscar puedan crear falsas expectativas.