Revista Coaching
Ser feliz es una de las metas del ser humano o al menos es a lo que la mayoría de nosotros aspiramos. Desde pequeños nuestros formadores, padres y familiares enseñan que la manera de alcanzarla es ir tras nuestros sueños aunque ellos vayan incluso contra las ideas de otros: somos libres, nos dicen, y por ende tenemos que tomar decisiones propias en pro de nuestra satisfacción. Suena muy bello y de hecho ¿quién niega que en la mente de cada uno de nosotros la idea sigue viva? pero ¿es real?. No. El otro día compartí una frase que sepulta la utopía: la felicidad no es hacer lo que se quiere sino querer siempre lo se hace. ¿Y qué quiere decir? Actualmente me atrevo a asegurar, sin un estudio o análisis de por medio, que un alto porcentaje de los seres humanos con empleo no es feliz o, dicho de una manera menos trágica, sus labores no son el ideal o el sueño que el susodicho tuvo de pequeño. Se dedica a todo menos a cumplir sus metas y es que en el mundo actual casi nadie puede darse el lujo de trabajar en lo que le gusta, y por ende, nos resignamos, algunos, al trabajo que se encontró. La economía no nos da opciones. Pero lo malo de esto es que genera un efecto colateral: amargura. El hombre [género] se frustra y ve enterradas sus aspiraciones porque no le quedó de otra. Es triste, sinceramente, dedicarse a algo que a uno no le gusta pero cuando enfrentamos dicha realidad ¿para qué frustrarnos? ¿no es mejor, más sano, aceptar la vida o momento que nos tocó? Y por eso la frase, anónima, de arriba viene como anillo al dedo. Es verdad que no hacemos lo que nos gusta pero ¿por qué no querer lo que hacemos? De una u otra manera es un empleo o una fuente de ingresos y tal vez, en algunos, también eso trae consigo prestaciones o beneficios que la ley exige. La realidad, la vida, muchas veces nos supera pero como dicen por allí: si no puedes con el enemigo… ¡únetele! Aliarse a la situación, aceptarla y vivir con ella, al menos nos hará el rato menos agrio. En lugar de ver o pensar en los aspectos negativos quizá sea mejor evitarnos lo traumático y ver lo bueno que obtenemos: una fuente de ingresos que muchos no poseen. Es bello el paraíso en donde cada individuo se dedica a su profesión o a su trabajo ideal pero quizá solo uno de cien lo pueda hacer. Los demás tenemos que adaptarnos al mundo y emplearnos en lo que encontramos más a la mano pero dicha resignación se vuelve confortable cuando analizamos con frialdad las cosas y ponemos en una balanza, justa, los resultados. Al final ¿es mejor hacer lo que no nos gusta buscando encontrarle el lado bueno o es preferible anhelar hacer lo que queremos sin que eso sea rentable o real? Imagen | Shootead
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