Cada vez disfruto más levantando a mi bebé por la mañana. Cuando le doy los buenos días y sonríe feliz, agitando las manos y los pies, me siento llena.
Entonces le cojo y le achucho, le estrujo (él se deja hacer cada vez más) y le aspiro. Huelo su olorcito a leche y a babas, a pañal, a vainilla, el aroma de su cabecita... Y estoy así un rato, dándole besitos en el cuello y en la nuca, olfateándole todo lo que puedo, hasta que se cansa de tanto achuchón y me pide que lo suelte.
Esto de ser madre tiene un punto animal. Me siento como una perra olfateando a su cachorro. Le reconocería por el olor a la legua. Me encanta su olor, lo metería en un frasco y lo guardaría para siempre, para que no se esfume.