Las cartas de Teresa nos permiten viajar en el tiempo y asomarnos a su vida cotidiana. Un 26 de enero de 1577, toma, una vez más, la pluma para escribir a una amiga querida: María de San José, la priora del Carmelo de Sevilla. Habían estado juntas en los avatares de la fundación. Esta carmelita descalza es una de las personas a las que la Madre escribe con más frecuencia. Siente debilidad por ella, y no lo oculta, como podemos ver en la carta: «yo no sé qué tentación me ha dado de quererla tanto», «¿Cómo no la he de querer mucho, que no hace sino hacerme placeres?». Al final del escrito, le pide, con mucha familiaridad, que se cuide: «mire que no se trate como sana, no tengamos más que hacer, que me ha dado malos ratos».
Teresa, en esta ocasión, le escribe, sobre todo, para agradecerle los envíos que le han llegado de parte de María:
«Ayer, día de la conversión de San Pablo, me dio el recuero sus cartas y dineros, y todo lo demás, que venía tan bien puesto que era de ver, y así todo llegó bueno».
Se palpa en cada línea la alegría de la Madre: «Dios le pague el contento que me ha dado».
Algunos de los productos que manda no son para ella, sino para que se hagan llegar a doña Juana, la madre del P. Jerónimo Gracián, también amiga de Teresa. Por ejemplo, el “agnusdéi”. Resalta la espontaneidad con la que Teresa cuenta que, por un momento, pensó en quedárselo para corresponder al administrador de doña Luisa de la Cerda (en cuya casa creció María de San José), porque siempre les ayuda y favorece. Sin embargo, se contiene: «como era para quien era, no quise se dejase de enviar, porque autorizaba lo demás, que iba harto bueno».El “agnusdéi” es un objeto de devoción que contiene una lámina de cera (se solían elaborar con cera sobrante del cirio pascual del año anterior) y que llevaba impresa, normalmente, la imagen de un cordero (de ahí el nombre).
También para doña Juana era el bálsamo y unos “brinquinillos”. Teresa toma, con libertad, una parte:
«Del bálsamo se tomó acá un poco, porque Isabelita dice que tenían allá mucho, y tres brinquinillos por que no piense que es mi Isabelita la hija de la madrastra, que no la había de dar algo, que bastan los que van».
Isabelita (Isabel de Jesús Dantisco, 1568-1640), hermana del P. Gracián, reside en el monasterio de Toledo. Es solo una niña de ocho años. Cuando Teresa llegó a Toledo, el año anterior, le dio el hábito de carmelita, como había hecho con su propia sobrina Teresita, a su regreso de América. Con todo, no profesaría hasta cumplir la edad requerida dedieciséis, en 1584.
Teresa comenta humorísticamente que, puesto que el envío es para la madre de la niña, han tomado parte del bálsamo y de los brinquinillos. El término —diminutivo de brinquillo o brinquiño— tiene dos posibles acepciones. Puede ser una pequeña alhaja, de poco valor, o también un tipo de dulce. La mayoría de editores se inclinan por este último sentido.
Más regalos mandaba la priora de Sevilla: patatas, naranjas, confites. Puede llamarnos la atención el comentario sobre las patatas: «las patatas, que vinieron a un tiempo, que tengo harto mala gana de comer, y muy buenas llegaron». No se está refiriendo a lo que nosotros hoy llamamos patatas, sino a la batata o boniato. La patata tardaría años todavía en entrar en la alimentación humana de Europa.
Las naranjas se destinaron a confortar a hermanas enfermas, y confites hubo para regalar a doña Luisa de la Cerda, a la que, al parecer, le encantaban.
Ya terminando la carta, se acuerda Teresa de otro de los productos que le envía: «Del anime también se tomó un poco, que se lo quería yo enviar a pedir, que hacen unas pastillas con ello de azúcar rosado que me hacen muy gran provecho a las reúmas».
El “anime” es una resina procedente del Nuevo Mundo, con propiedades medicinales que la santa enseguida aprovecha. Era toda una experta en el tema, y sus cartas están plagadas de recetas para elaborar remedios contra los más diversos males. También en la carta leemos que está esperanzada en conseguir agua de Loja, de cuyas propiedades curativas espera que se beneficie la priora de Malagón, Brianda de Jesús, siempre enferma.
La carta está escrita desde Toledo, donde la santa residió desde junio de 1576 hasta julio de 1577, “a modo de cárcel”. El P. Rubeo, General de los carmelitas, le había ordenado elegir un convento para quedarse en él sin salir más, ni siquiera a fundar. Fue un castigo que le dolió mucho:
”Le pusieron desabrido conmigo los padres calzados, que fue el mayor trabajo que yo he pasado en estas fundaciones, aunque he pasado hartos” (F 28,2).
Precisamente, en esta carta, aparecen unas referencias a la orden de no salir fuera del monasterio (ni ella ni otras carmelitas descalzas) que esta monja “inquieta y andariega” intenta ver cómo remediar, con ayuda de amigos expertos en leyes.
Toledo resultaría, con todo, una cárcel fecunda para ella, al menos desde el punto de vista literario. En efecto, en Toledo escribiría La Visita a Descalzas, parte de las Fundaciones, y daría comienzo a su obra maestra: el libro de las Moradas.
Se puede leer la carta en este enlace:
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