Actualmente es normal hallar historias en las que un personaje es definido por su profesión o actividad, como “la señora”, “el herrero”, “el comisario”; o por un apodo por el cual es reconocido por el resto de personajes. En otros casos, a pesar de que el personaje posea un nombre propio, el escritor se refiere a este por el apodo que le atribuye durante la novela para acortar nombres extensos o facilitar el entendimiento del lector recordándole alguna de sus características. Y otros escritores usan el mismo nombre de pila durante todo el escrito sin dar paso a variaciones.
También están los que otorgan nombres demasiado simples (o sin tener en cuenta su significado) como Juan, Pedro y Miguel. Algunos juegan con los nombres exóticos o de galanes de telenovela.
Acá lo importante es tener en cuenta que el nombre de un personaje debe darle a la historia cierta credibilidad; debe estar contextualizado a la época, el país, la edad, las creencias familiares, el sexo y hasta la problemática. Por ejemplo, en un texto de ciencia ficción, donde todo se desarrolla en un ambiente tecnológico o fuera de lo normal, no es creíble ni se adapta bien que el protagonista se llame José́.
Finalmente, algunos escritores usan nombres simbólicos que se atribuyen a algunos personajes históricos para remarcar algún rasgo característico, tanto físico como moral. García Lorca en La casa de Bernarda Alba asigna nombres significativos a personajes con rasgos característicos remarcados, acentuando estos durante toda la historia. Por ejemplo, está Martirio, que es pesimista, y Magdalena, que siempre está llorando…
¿Qué otros aspectos debe considerar un escritor al asignarle un nombre a sus personajes?