Revista Espiritualidad
Llevamos más de medio siglo dándole vueltas al asunto del liderazgo y todavía sigue existiendo una enorme confusión sobre el rol exacto que debe cumplir. Por ejemplo, se cree que los jefes deben ser los líderes de los equipos, cuando nada tiene que ver la autoridad formal con el liderazgo moral. Más bien todo lo contrario: la experiencia nos demuestra tozudamente que ambas cosas casi nunca van de la mano.
La autoridad es algo otorgado por terceras personas, que tan pronto te la dan como te la quitan. El liderazgo, por contra, es algo ganado por la propia persona en base a unos valores y unos comportamientos que generan admiración (y seguimiento) por los demás, que sólo la propia persona puede perder si quiebra los principios sobre los que sustentó su rol.
Aclaro esto porque recientemente escuché una frase muy acertada que, creo, deberíamos recordar siempre: el líder no va por encima, va por delante. Si un líder se cree en una posición jerárquica superior a la de sus seguidores, mal vamos. Aunque en la práctica sí la obstante, en su mentalidad y en su comportamiento no debería reflejarse la más mínima muestra de prepotencia o soberbia. Un líder real se siente como el miembro de aquellas tribus del Amazonas que va con un machete por delante del grupo abriendo camino por la jungla para que los demás puedan transitar sin problemas. Es uno más (así debe sentirse); solo le diferencia el hecho de poseer el conocimiento, las competencias y el coraje que le permiten encabezar las acciones.
Me "chirría" mucho cuando escucho a un directivo decirle a un mando intermedio recién nombrado: "ahora eres el líder; tienes que conducir a tus subordinados". Eso es otorgar el liderazgo como quien reparte cartas en una partida de naipes: "para ti el as, para ti la sota". Esta concepción del liderazgo suele traer problemas, especialmente cuando a quién le toca ser el "as" no tiene madera de líder. Al final acaba ejerciendo la autoridad, porque carece de principios que generen admiración y seguimiento y, en consecuencia, la única forma que tiene de hacerse valer es usando el poder que le corresponde por su posición jerárquica.
Todo esto tiene como objetivo final darles un consejo a quienes tengan responsabilidad de nombrar mandos intermedios para dirigir personas: observen muy bien a todos los subordinados y denle la oportunidad a aquellos que detecten un poder moral sobre los demás. ¡¡Esos son los líderes naturales!!, y en todos los grupos existe alguno. Esas personas tienen un reconocimiento y una predicación que es de capital importancia para el futuro desempeño de un rol superior. Tienen las competencias morales que se precisan para gestionar equipos y no basan su "poder" en la una autoridad formal, mucho más fácil de quebrar que la autoridad moral.
Finalizo; las empresas están repletas de "líderes en la sombra", personas que -al mismo nivel que sus colegas- ejercen un enorme poder de influencia sobre los demás. Lo curioso es que, por encima de ellas, muchas veces están otras personas que deben su puesto a la oportunidad de haber estado en el momento adecuado en el lugar preciso, y muchas veces carecen del reconocimiento que cualquier líder debe traer consigo. Ahí afloran infinidad de conflictos; uno de los más graves acontece cuando ese "jefe" pretende "matar" al líder oculto que puede hacerle sombra y comprometer su puesto. Pero bueno, este asunto ya es "harina de otro costal" y quizá sea el motivo de una reflexión futura.
Cordialmente