Revista Opinión

Cómo olvidarse de Breaking Bad

Publicado el 05 febrero 2018 por Carlosgu82

Hace unos días que esta serie, de la que tienes que haber oído hablar, volvió a estar en boca de todos por el aniversario de los diez años desde su salida al aire.

10 años han pasado de ya muchas cosas (mira debajo esta infografía sino), pero hay algunas que en mayor o menor medida que otras logran mantenerse en el imaginario colectivo, casi como una referencia cultural obligatoria: algo que tienes que saber. Ahora bien, las pautas no son muy claras y bien puede uno oscilar entre apenas haberla oído nombrar y no saber qué cuerno significa la expresión, como también autoproclamarse fan y por consiguiente en guerra con otros fanáticos de otras series en potencia memorables como la nuestra.

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Pero ésa no es la cuestión.

Que Breaking Bad sea como un ídolo de rock, inefable y misterioso, es en parte el ingrediente principal de su permanencia. Nadie quiere no haberla visto, ni siquiera para perderse la chance de decir lo sobrevalorada que está o que ellos conocieron primero a Bryan Cranston en Malcom in the middle. Aunque nadie busca seriamente (como yo tampoco) encontrar otro por qué, al menos por ahora, ensayemos éste.

En principio la serie nos presenta una historia con un escenario tan desafortunado que uno se identifica con la mala suerte de los personajes, casi que se conmueve y sin advertirlo se confunden los límites entre una ficción de drama y una comedia.

Walter White es un profesor de secundaria diagnosticado con cáncer. Un hombre mal pagado (primer punto de contacto con una realidad conocida y fácil de empatizar) cuya primordial preocupación parece ser evitar una hospitalización por un desmayo que sabe de antemano que su seguro médico no va a cubrir. Allá le dan la noticia: pulmón, inoperable. Con suerte y un poco de quimioterapia (también carísima) puede comprarse un par de años más. Entonces Walter repara, contra todo pronóstico, en una mancha de mostaza en el delantal del médico. Y, posteriormente, en dedicarse a producir metanfetamina el tiempo que le quede para dejar dinero a su familia.  Este será un rasgo al que habremos de acostumbrarnos rápidamente: su imprecibilidad.

Es ahí que cuando las papas empiezan a quemar, algo en el protagonista hace un click.

Tenemos, además de Walter, un par más de personajes entrañables (algunos por ser la opción menos mala) entre los que básicamente ronda toda la acción de la serie e interactúan entre sí al menos una vez a excepción de dos de los que hablaremos después.

Anna Gunn, por ejemplo, se roba el protagonismo femenino de la historia interpretando a una Skyler White, madre y esposa, cuyo éxito radica en recordarte al menos una vez a las tuyas.

Los White son un matrimonio con valores morales de dudosa flexibilidad y discursos que mutan casi de capítulo en capítulo. Si bien es Walter quien da el primer paso valiéndose de sus conocimientos de Química para iniciarse en la producción y distribución de metanfetamina (el cual es el plot de la historia), algunas de las ideas más increíbles provienen de Skyler quien resultará siendo, a pesar de la resistencia inicial, una de sus compañeras en el crimen junto a tantos otros que contribuyen a formar el mito del gran Heisenberg, pseudónimo que en un principio utiliza para las transacciones. Pero Skyler es al mismo tiempo el lado blanco de los dos, aunque ambos se hallen convencidos de estar obligados a “hacer lo que hay que hacer” (un leitmotiv de la serie) es quien termina protegiendo a la familia del hombre que protege a la familia.

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Los papeles femeninos de Breaking Bad parecen estar intencionalmente distribuidos en mujeres que intentan representar la imagen de lo que en gran parte se cree que es con lo que uno ha de “lidiar” en la cotidianidad. Skyler es la personificación misma del control, la meticulosidad, la madre siempre (y hasta demasiado) presente en la vida de sus hijos. Con las lágrimas en puerta, pero calculadora. Tiene una hermana irritante, que además de no parar de mentir, es también cleptómana. Los maridos cargan con ellas, ruedan los ojos, a fin de cuentas, parecen soportarlas como un mal necesario. Pero lo que en realidad subyace tras estos nombres (y hombres) es un fuerte rasgo de incondicionalidad. Sin importar qué. Aunque Skyler y Marie han de cargar con los peores motes para dentro y fuera de la pantalla, ambas son partes indivisibles de los personajes que hacen a la acción, una que en apariencia nada tiene que ver con los chismes de ama de casa y robos en tiendas de zapatos.

Jesse Pinkman y Walter Junior son las figuras con las que Walter (aún ya convertido en Heisenberg) muestra su lado paternal. Un antiguo estudiante devenido en socio y un hijo con parálisis cerebral severa.  Nunca han cruzado palabra en el set y poco saben uno del otro, pero ambos aceptan en distinta medida mantenerse bajo el ala protectora que Walter les brinda… la mayoría del tiempo. Jesse también es impredecible, pero por razones distintas y mucho más puestas en cuestión que la genialidad de Walter. Es un joven adicto, hijo de unos padres que lo intentaron todo y ahora parecen querer dejarlo en el olvido. Le inventan una historia con la que poder vivir y enfocarse, esta vez sí, en su segundo hijo. Jesse, sin embargo vuelve a su casa muchas veces, tantas como las que reincide en el consumo y promete dejarlo. También como en las que se enamora. Pero sobre todo, como las veces que encuentra en el señor White la figura de autoridad de la que reniega tanto como la necesita.

Y Walter, por su parte, se aprovecha de todo aquél que confía en él y hace explotar cosas en lugares…

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Y lugares…

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Giancarlo Espósito, quien da vida a Gustavo Fring, uno de los últimos supervillanos de la pantalla chica, dijo en una entrevista que la clave para el armado de su papel fue tener siempre en cuenta la consigna de que su personaje debiera estar “escondido a plena vista”. Quizá el merito de las actuaciones que aquí se destacan fue para quienes pudieron perfilar todos ellos: un enfermo terminal que repentinamente broke bad, una esposa desesperada o un capo de la droga que cercena gargantas pero que a la vez comparten la misma serie de valores morales que probablemente nosotros mismos. Que sean incluso ciudadanos modelos que bien podrían pagar sus impuestos y estar vendiendo pasta de dientes. Y sin ningún problema, también metanfetamina.

Cual fuera la razón de su éxito, esta serie logra interpelarte y, después de eso, es imposible olvidarse de Breaking Bad.


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