Hay veces que una relación importante se destruye. Bien por algo que ocurre poco a poco, comiéndolo todo como una gangrena que se expande, o bien por algún suceso que una de las partes vive como la hoja de una cuchilla que cercena toda posibilidad de relación. Creo que las primeras son más difíciles de reparar que las segundas (el otro se acostumbra a estar dolido y poco a poco empieza a vivir la relación como una fuente de sufrimiento que como algo nutritivo, mientras que en las que se rompen de golpe queda el anhelo o el recuerdo de ese vínculo como algo bueno). Pero también que la capacidad de amar de las personas es algo increíble, muchas veces capaz de cosas tan hermosas como el perdón o dejar una puerta que no se cierra del todo al otro, si bien para todo ello, como para casi cualquier proceso humano, deben darse las condiciones adecuadas.
Dicho esto, también quiero rebajar tus expectativas con este artículo: no hay fórmulas perfectas que garanticen nada cuando se trata de relaciones humanas. Las personas tienen capacidad de libre elección, por lo que no depende exclusivamente de ti que las cosas en una relación de dos ocurran, por mucho que lo hagas perfecto. Así que está bien si este artículo te ayuda o te da ganas de intentarlo, pero asume que tu margen de maniobra es el que es.
Como pedir perdón parece un proceso sencillo, que aparentemente consiste en pronunciar las disculpas, pero va mucho más allá. En primer lugar, hay que mostrar empatía y un reconocimiento sincero del dolor del otro y, en segundo lugar, debemos realizar alguna acción “reparadora” del malestar del otro.
Reconocer el daño del otro requiere de una condición previa: que empaticemos con el otro como para entenderlo, y en caso de no ser capaces de hacerlo, pedirle humildemente al otro que nos lo explique. El error habitual aquí, suele ser el de negar la vivencia del otro, con frases del tipo “te pido perdón, aunque no es para tanto” o “si algo te ha ofendido te pido disculpas, pero no creo que…” y similares que convierten la disculpa en una mera formalidad, ya que estás recalcando que no hay nada de lo que disculparse, y es culpa del otro el estar enojado. Otro error frecuente es el de pedir disculpas justificándose o presentando la ofensa como la consecuencia de la conducta del otro “te pido perdón por enfadarme, pero es que me llevas al límite” o “discúlpame por entrometerme, pero si no lo hago yo tú no lo haces” o mierdas similares.
Así que antes de preguntar cómo pedir perdón a mi pareja, amigo o a quien sea, piensa en primer lugar si estás dispuesto a asumir que el otro tiene derecho a estar dolido, y, sobre todo, si el dolor del otro te importa por encima de llevar razón, señalar lo que el otro hace mal o justificarte.
Entiende además que el otro necesita ver que te importa su dolor y que quieres acogerlo, aunque eso implique oír cosas que no te gusten porque te ponen como el malo de la película, pues siento decirte que si lo que pretendes es un “pasar página” o “seguir adelante” o “borrón y cuenta nueva” lo que quieres es estar bien, no reparar el daño. El dolor requiere ser expresado, legitimado y acogido para sanar. La persona dolida necesitará, a veces en repetidas ocasiones, expresar cómo se siente con lo sucedido y explicar en detalle por qué le ha dolido y cómo eso le enfada o decepciona profundamente, y a ti te tocará oír ese discurso doliente varias veces. No puede haber arrepentimiento si queremos pasar por algo lo sucedido, si deseamos dejarlo atrás: cuando algo te importa, lo atiendes.
Son ya unos añitos como psicólogo y creo que ninguna fórmula es más eficaz que decir: “claro que quiero arreglar las cosas contigo, pero sobre todo lo que me importa no es si estamos bien, si no el hecho de que tú estés dolido. Por favor, cuéntame qué te duele, pues, aunque sea incómodo para mí oírlo atender tu dolor me importa más que nada”. Joder, qué frase, tiene muchísima miga: en primer lugar, porque muestra que estamos de verdad dispuestos a lo que sea necesario para arreglarlo, en segundo lugar, porque le damos permiso al otro para estar mal y sobre todo, porque muestra un interés real en la persona, en el otro, por encima de lo que yo quiero, que es volver a tener relación.
Por orgullo, por falta de empatía, por miedo a lo que nos diga el otro o por culpa, muchas veces queremos arreglar las cosas y el otro siente que no importa, si no que importa arreglarlo y ya, sintiéndose utilizado o doblemente dolido porque su dolor vuelve a no importar y a ser negado.
El otro proceso del asunto, una vez reconocido, validado y acogido el dolor del otro, es el de realizar una acción reparadora. En todo manual sobre como arreglar mi relación de pareja, familiar o amistad, este debería ser al menos, el otro 50 % del volumen. Y es que reconocer el dolor del otro es una parte importantísima, pero se quedaría en un brindis al sol, vacía de contenido, si no hiciésemos algo para intentar reparar el daño que hemos realizado. Cuál es esa acción en cada caso es difícil de saber, pues dependerá enormemente de qué ocurrió y de cómo es el otro y lo que valora. Además, muchas veces el daño no puede deshacerse, pero creo que más que la eficacia de dicha acción reparadora es la intención lo que importa: que el otro nos vea dispuestos a hacer algo incómodo, intentarlo de corazón o esforzarnos por él, le transmite que realmente nos importa, y eso suele pesar mucho.
Por cierto, otra cosa que te recomiendo, en vez de buscar por internet, es acercarte al otro y preguntarle con sinceridad y humildad, qué necesita para que podáis arreglar de una vez por todas, lo vuestro. Y es que, en las relaciones, nos sentimos tan asustados, que muchas veces, se nos olvida preguntar.