El sábado 23 de noviembre sucedió un hecho inédito en la historia del fútbol sudamericano: la final de la Copa Libertadores de América no tuvo partido de ida y de vuelta sino que, al igual que la Champions League, el campeón se consagró en un encuentro jugado en un estadio neutral. De alguna forma, la final del año pasado, el famoso superclásico argentino Boca – River, había servido de antecedente. Como consecuencia del vandalismo de los aficionados locales, el partido de vuelta se jugó en el Santiago Bernabéu, que albergó el festejo “millonario” sobre su eterno rival.
En este caso, uno de los actores también era River Plate, el campeón defensor. Del otro lado estaba el brasileño Flamengo, de gran actuación a lo largo de la copa. En principio, la final se jugaría en Santiago de Chile, pero por el estado de ebullición social que reina en ese país, la CONMEBOL decidió que se jugara en el Estadio Monumental, en Lima.
¿Un final anunciado?
Para los agoreros del fútbol, dos finales consecutivas que se juegan en estadios preparados a último momento solo podían anunciar alguna desgracia. Pero se sabe que en las finales de este deporte, la desgracia se baila de a uno. Después de cumplidos los 90 minutos, un equipo llora y el otro festeja. El año pasado, el que sufrió el terremoto fue Boca Juniors. ¿A quién le tocaría esta vez?
Una derrota no es derrota hasta que suena el silbato
Una frase que puede sonar evidente no lo es tanto durante el transcurso del juego. Antes de comenzado el partido las casas de apuestas, como en esta página, daban por favorito al Flamengo. Sin embargo, los favoritismos cambiaron drásticamente después de que Rafael Santos Borré abriera el marcador con un derechazo de media vuelta que se coló por debajo del portero de Flamengo. El equipo dirigido por Marcelo Gallardo estaba demostrando, otra vez, su mística copera, su solidez a la hora de disputar una final. Una vez en ventaja, River se convirtió en una aceitada máquina de ataque, con el dinamismo habitual de sus laterales y las transiciones rápidas. Además, el defensor Javier Pinola estaba jugando el partido de su vida. Flamengo, a pesar de estar en desventaja, no conseguía lastimar. Gabriel, su delantero estrella, era pura frustración.
El momento decisivo
En el segundo tiempo, Flamengo empujó sin demasiadas ideas. River no se quedó atrás, con algunos tiros de media distancia. A los 56, los brasileños estuvieron a punto de empatar, después de una serie de rebotes en el área y una mano polémica de De la Cruz que ni el árbitro y el VAR cobraron. Después, hubo algunas llegadas más hasta que, a los 89, “Gabigol” empujó el balón a la red después de una gran jugada de Bruno Enrique. Y a los 92 minutos llegó la estocada final, después de un error del hasta ese momento impecable Pinola. “Gabigol” se encontró con un balón regalado en el área y remató abajo, a la derecha de un Armani que no pudo detener el misil.
Conclusiones
Como vimos, el desarrollo de un partido de fútbol puede cambiar los pronósticos previos, y los nuevos pronósticos pueden volver a cambiar en apenas 3 minutos. Sucedió en aquella increíble victoria 2 a 1 del Manchester United sobre el Bayern Múnich, en 1999. Es lo que le bastó al Flamengo para coronarse campeón de la Libertadores después de 38 años.