«Mamá, me aburroooo..» «¡¿Me aburro?! ¡Aburrida es como me tenéis a mi, todo el día igual!». ¿Te reconoces en esa frase que tantas veces has oído decir a tu madre? Porque yo sí, y mucho.
Y es que poquitas cosas nos hacen saltar como un resorte de la misma manera que un «me aburro» filial.
- Vamos a darle un repaso primero a cómo reaccionamos cuando nuestros hijos se aburren,
- y luego te cuento, en mi opinión, cómo deberíamos reaccionar ante el aburrimiento de nuestros hijos.
¿Cómo reaccionamos cuando nuestros hijos se aburren?
Hay varios factores que influyen a la hora de reaccionar ante un «me aburro», y ninguno es achacable al que lo emite. Para variar, la respuesta está en el enunciado, es decir, en nuestra persona (en mi caso, humana para más señas).
pis, pis, caballito
Si eres de usar esta frase, lo harás como primera opción, en un intento de salir airosa y con un toque de humor, de lo que presientes va a tomar tintes de tragedia griega, a poquito que se tuerza la cosa (disciplina positiva mediante, pero repito, somos personas, humanas incluso, y sabemos lo que es tropezar con la misma piedra de forma reincidente).
somos de mechita corta
Y es que admitámoslo: si hay una cosa que nos desquicia a las madres es oír las protestas de nuestros hijos. Tenemos una tolerancia infinitamente mayor con los quejidos y lamentos de los niños ajenos que con los propios, que es intuir que el tuyo va a empezar con el «jooo», y saltamos por los aires. Y si encima está seguido de un «me aburro», que Dios coja confesada a esa criatura, que ahí se nos disparan varias válvulas a la vez, todas a la cabeza de su respectiva (ida de) olla a presión.
sufrimos una regresión al pasado
No falla, nos posee un espíritu de abuela en ciernes, recordándonos que «con un palo y una piedra se jugaba antes, y ahora lo que os pasa es que tenéis tanto que no sabéis apreciarlo». Y les echamos en cara todos los juguetes que tienen y que no usan (en el jardín de que, en general, sea porque no tienen tiempo material entre extraescolares y actividades varias, no nos metemos).
Eso, y el «¿y te has leído ya todos los libros que tienes?» Otro clásico que nos encanta, y que sabemos que jamás va a funcionar, porque el niño que no es de leer, no lo va a hacer por obligación justo el día que reclama acción.
Sin olvidar el trending topic «nosotros nos hemos aburrido de pequeños de toda la vida, y no nos ha pasado nada», que es cuando te miran con cara de «si pudieras hacerlo tú mejor que como lo hicieron contigo, no pasaba nada».
no vemos la viga
Luego está el momento de enfado propio con el mundo que nos ha tocado vivir, pues en un 95% de las ocasiones en que oigas el «me aburro» , estarás haciendo algo que no te apetece y seguramente a toda prisa (conciliación, creo que lo llaman algunos expertos), y entonces soltarás un «¿tú crees que yo me estoy divirtiendo ahora mismo?», y creerás que mal de muchos es consuelo de algún tonto que no seas tú.
si me queréis, aburrirse
Y finalmente, entramos en erudición, porque hemos oído que cuando uno se aburre, pone en marcha su creatividad. Algo así como si el cerebro estuviera esperando ese momento para darlo todo y empezar a fabricar genialidades. Y claro, sabiendo eso, no seremos nosotras quienes le pongamos puertas al campo de la sapiencia de nuestra prole.
Así que les decimos que aburrirse es bueno, y que les viene bien para lo suyo. Suele ser otro gran acierto, sí.
¿Cómo deberíamos reaccionar ante el aburrimiento de nuestros hijos?
Pues, en mi opinión, lo primero deberíamos entender que aburrirse no es malo, sino natural, forma parte de la evolución de cada persona y de la especie, por tanto. Aburrirnos es señal de que lo que estamos haciendo, viendo o escuchando ya no nos estimula para nada, llueve sobre mojado y queremos novedades. Esto es positivo, porque si no igual seguíamos felices con un sonajero, y no es plan. Por eso, enfadarnos no debería ser nuestra primera reacción ante un «me aburrooooo», por muchas oes finales que tenga.
Con esto asumido, deberíamos tratar de que sea el niño el que llene su vacío, eligiendo entre las opciones que se tengan a mano en ese momento, la que más le motive, la que le apetezca hacer, pero sin caer en el entretenimiento pasivo. Ya tendrá él tiempo de quedarse en modo avión viendo una serie cuando se haya reproducido y no le de la neurona para más. Pero mientras, tratemos de que elija su propia aventura haciendo algo en lo que participe activamente y se implique.
Hay veces que una hoja y un boli hacen milagros. Si es el niño el que resuelve su aburrimiento, decidiendo qué hacer, seguramente lo coja con más entusiasmo que si le obligamos a «divertirse» con lo que sea, por muy apasionante que nos parezca a nosotros.
Y si a nuestro retoño le caló todo el Baby Einstein que le pusimos cuando aún no podía salir corriendo ni a gatas, pues lo mismo tiene un momento eureka que nos resuelve la vida. Y si no, pues a rezar porque, si no deja de aburrirse, al menos se canse mucho y pronto y nos deje a nosotros matar nuestro tedio vital como buenamente podamos.
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