Estaba cansada de luchar. Parecía que los problemas la perseguían hasta alcanzarla. Le daba solución a los más inmediatos y aparecían otros y otros.
Batallaba para mantenerse serena y equilibrada. Estaba a punto de darse por vencida cuando, un día, platicando con su padre de cómo la vida era tan difícil para ella, aprovechó él para darle una enseñanza que jamás olvidaría.
- ¡Acompáñame! -le dijo con decisión.
La llevó hasta la amplia cocina del hotel donde trabajaba, tomó tres ollas de mediano tamaño, puso un poco de agua en ellas y las colocó en la estufa. Encendió las hornillas y las lenguas del fuerte fuego pronto hicieron hervir el agua. En una de las ollas introdujo unas zanahorias; en otra, un par de huevos; y en la última, una taza de aromáticos y finos
granos de café. Sin decir una palabra, dejó que hirvieran durante unos minutos.
- ¿Qué tratará de decirme con esto? -se preguntaba la muchacha sin ocultar su impaciencia mientras se cruzaba de brazos desesperada.
Al poco rato, el padre apagó las hornillas y, en sendos platos, colocó las zanahorias y los huevos y, en una de las mejores tazas, vertió un buen chorro de café.
- ¿Qué te parece, querida?
- Sólo veo zanahorias, huevos y café -dijo con respuesta poco amable.
Hizo que se acercara a los recipientes y le pidió que tocara la zanahoria.
- ¿Qué le notas?
- Está blandita.
Luego, puso en su mano uno de los huevos y le pidió que lo rompiera. Él mismo lo despojó de las cáscaras y le preguntó:
- ¿Qué le notas?
- El blando contenido del huevo está duro ahora.
- Dale, ahora, un sorbo a este líquido -le dijo mientras le alargaba la taza del humeante café.
- ¿Qué significa todo esto? -preguntó mientras sonreía como consecuencia del placer que experimentaba al aspirar el aroma del rico café.
- Mira: los tres alimentos enfrentaron la misma adversidad. El agua hirviente hirió su naturaleza con la misma intensidad; pero cada uno reaccionó de manera diferente. La zanahoria es rígida y dura: el agua hirviente la tornó blanda y débil. El huevo tiene una sustancia interna casi líquida, protegida por una frágil cáscara: el agua hirviente endureció su interior. El café molido fue el único que reaccionó de manera diferente: hizo que el líquido que la lastimaba se transformara en una bebida oscura, aromática y agradable. Cuando el elemento que le causaba dolor llegó a su máximo punto de ebullición, el agua alcanzó su mejor sabor. ¡Tú decides cómo quieres reaccionar ante los problemas!
Alejandra Calderón Contreras