Revista Medio Ambiente
La Península ibérica se encuentra situada entre los 42ºN y los 35º N, o sea, en la zona templada del hemisferio norte. Esto hace que a lo largo del año tengamos dos estaciones contrastadas (verano e invierno) y dos estaciones de transición (primavera y verano), en las que las horas de insolación diarias varían considerablemente, lo que tiene un efecto directo sobre la temperatura. Resumiendo, lo normal y predecible es que en invierno haga frío y que las precipitaciones sean abundantes y que en verano las temperaturas sean más elevadas y las precipitaciones más escasas.
Durante las últimas semanas es sorprendente la gran cantidad de noticias que aparecen diariamente sobre el frío y los fenómenos meteorológicos asociados a este descenso de las temperaturas. Es sorprendente porque estamos en febrero, que como todos sabemos, o deberíamos saber, es uno de los meses más fríos del año. La noticia sería que hubiera precipitaciones de nieve en agosto y que en febrero la temperatura media superara los 30ºC.
El hecho de que las diferencias climatológicas estacionales sean algo previsible y regular hace que los seres vivos que habitan en estas latitudes hayan adquirido a lo largo de su proceso evolutivo adaptaciones para resistir estos cambios. Si los cambios fueran impredecibles y aleatorios, la adaptación a los mismos sería prácticamente imposible. Las aves, por ejemplo, tienen numerosas adaptaciones para resistir esas variaciones climáticas y por supuesto el frío, que tanto nos parece preocupar a nosotros.
Las aves son animales de sangre caliente, que tienen un metabolismo más elevado y una temperatura normal que ronda los 40ºC, superior a la de los seres humanos. Aunque esa temperatura puede variar durante el día dependiendo del clima y de la actividad, para algunas aves pequeñas es un gran desafío mantener esa temperatura tan elevada, sobre todo cuando las temperaturas ambientales bajan demasiado. Este desafío es mucho mayor para aquellas especies de pequeño tamaño, ya que tienen una superficie corporal por la que pierden calor que es proporcionalmente mayor respecto a su volumen corporal que en aves de mayor tamaño.
Estas adaptaciones pueden ser físicas o de comportamiento, entre las físicas destacan las plumas, que proporcionan un aislamiento notable contra el frío, y que además, en muchas especies incrementan su número con plumas adicionales durante la muda post-nupcial. Por otra parte, las patas están cubiertas de escamas que minimizan la pérdida de calor. Y por último, las aves acumulan reservas de grasa que además de servir como aislante son una fuente de energía adicional para generar calor.
Pero aparte de estas adaptaciones físicas, las aves tienen muchas adaptaciones de comportamiento para minimizar los efectos del frío. La primera y más obvia es cambiar de sitio y emigrar a latitudes más templadas durante el invierno. Pero muchas especies no emigran y se quedan todo el invierno entre nosotros y para resistir las bajadas de temperatura han desarrollado varias adaptaciones de comportamiento, entre las que destacan el ahuecamiento de las plumas para crear bolsas de aire e incrementar el aislamiento, exponerse a la radiación del sol durante los días soleados, agruparse en bandos numerosos durante la noche para compartir el calor, o dormir cerca de lugares donde se mantenga cierta calor residual de la luz del día, por ejemplo cerca del tronco o cerca de superficies oscuras.
Por último, en días extremadamente fríos, algunas aves entran en un estado de Torpor o semiletargo, en el que reducen su metabolismo y bajan su temperatura corporal, por lo que requieren menos calorías para mantener el calor necesario para sobrevivir. En algunas especies, pueden bajar su temperatura hasta los 15ºC pero tan sólo un par de especies experimentan un auténtico letargo, como el que tiene lugar en mucha especies de mamíferos. Evidentemente, este estado de torpor hace a las aves más vulnerables a los depredadores y reduce su capacidad de reacción frente a los mismos. Por supuesto, aquellas especies que viven en climas más extremos, como la alta montaña o las zonas polares o circumpolares tienen unas adaptaciones más eficaces para resistir el frío que las que viven en climas templados.
Ante la capacidad de algunas aves de unos pocos gramos de peso para resistir temperaturas tan extremas, resulta aun más ridículo que nuestra especie, que vive en casas con calefacción y dispone de ropa y todo tipo de accesorios para soportar el frío, se queje continuamente de que en invierno haga frío y describa la situación actual como "un auténtico martirio".