Mis amigos y yo estamos de acuerdo: el mejor momento de la Navidad es la Cabalgata de los Reyes Magos, y bien que lo sabemos aprovechar. Con toda la ciudad pendiente del desfile, y después de haber estudiado el terreno, nos colamos en sus casas; bueno, en realidad lo hacemos en los trasteros de sus casas, siempre más desprotegidos y donde tenemos la seguridad de que los padres han escondido a sus hijos muchos de los regalos que les pretenden entregar horas más tarde. A mi colega “El Negro” se le da muy bien forzar esas flojas cerraduras, y en un santiamén nos trabajamos tres bloques, cuatro si la noche se da bien, y arramplamos con todo lo que parece estar allí esperándonos: bicicletas, las wiis esas, algún que otro ordenador, consolas y juegos electrónicos y un montón de carísimos juguet! es. Utilizamos la camioneta de mi primo “El Chori”, la llenamos hasta los topes y salimos pitando con nuestro botín.Nos vamos al taller de “El Gero” después, que es quien se encarga de comprarnos el material que le llevamos; es un tío legal, nunca regatea y nos da un buen pellizco por todo. Siempre me dice, “Gaspar, si pudiera ver la cara de panolis que se les debe quedar a los padres cuando descubren el pastel y no tienen tiempo para reemplazar todo lo que les habéis cogido, os pagaría el doble, y todavía más si pudiera ver las de los inocentes niños cuando a la mañana siguiente se dan cuenta de que no tienen regalos”.
En fin, que no podemos tenerlo todo. Pero para rematar la noche, que parece que nos va guiando el destino, acabamos en un club de carretera, conocido como “El Portal”, ya a las afueras de la ciudad, con unas luces rojas que lo hacen brillar en medio de la nada como si fuera una estrella fugaz en el cielo. Nunca olvidamos llevar a las chicas alguna cosilla, un perfume, cremas de esas que tanto les gustan y huelen tan bien… y claro, con eso y con la pasta que nos dejamos allí, nos tratan tan bien que por una noche, nosotros, nos sentimos como reyes.Texto: Rafa Heredero García
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