Hay momentos en la vida de una persona en la que se baraja la opción de irse fuera de casa, fuera de la ciudad, incluso fuera del país. Esta opción siempre es la última que elegimos debido al apego que solemos tener a nuestra casa o nuestra ciudad. Pero una vez dado el paso.. ¿Qué ocurre?
Pues bien, os voy a contar mi experiencia. Hace como un año decidí tomar esa opción y aunque muchos crean que es fácil, no lo es. Muchas amistades me decían la suerte que tenia de irme fuera, la envidia que les producía el ver que iba a conocer mundo y lo bien que me lo iba a pasar lejos de la rutina marcada desde hace varios años. Pues bien, como se suele decir, no todo lo que es oro reluce.
Lo primero que se siente al irte o al menos lo que sentí yo, es desconocimiento, desconocimiento de lo que me iba a encontrar, de la gente, la ciudad, la gastronomía, el trabajo, el idioma….suma y sigue muchas cosas que se salen de tu zona de confort. Salgo de una ciudad y país, cambio de idioma y hasta cambio de tiempo atmosférico. Todo ello nos suele causar una angustia, agobio y sensación de ser muy pequeños en un mundo muy grande. Todas estas sensaciones se dan cuando, como me pasó a mí, salí de mi zona de confort, salí de todo lo que yo controlaba y estaba en una zona que no manejaba.
Sentí una ansiedad grande, unas ganas de volverme a las dos semanas de estar fuera y cada cosa diferente que hacía se convertía para mi en un momento amargo. Hasta que un día, alguien me dijo…. ¿Y si dejas de tener miedo a tus emociones, a lo que sientes en cada momento y te agarras
a ellas? Así que eso empecé a hacer, me agarré a mis emociones. Cada miedo que sentía, cada momento de agobio, de ansiedad… lo agarraba, como cuando agarras un muñeco de peluche. Así, así empece a disfrutar de no estar limitada, de no tener miedo a ir a un país desconocido, de hablar con gente desconocida, de usar una lengua que no era la materna.
Ahora, después de un año, en el que se derramaron muchas lagrimas al principio, ahora si puedo decir que estoy disfrutando, que pueden tenerme envidia, porque gracias a salir de mi zona de confort y no crearme ninguna otra, tengo la capacidad de decidir si dejo que las emociones me paralicen o agarrarlas y llevarlas por donde yo elija. Y por suerte, desde ese momento siempre elijo Agarrarme a mis emociones.
¿Te ha pasado alguna vez?