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Seis de la mañana en el aeropuerto de Goma, en la República Democrática del Congo. Esa es la hora a la que la compañía aérea me ha dicho que tengo que estar para coger mi vuelo a Entebbe (Uganda), que sale a las ocho, y allí estoy como un clavo, o mejor dicho como un tonto, porque me doy cuenta de –aparte del policía que está a la entrada- soy la única persona presente en el destartalado edificio. Aparte del canto de los pájaros antes del amanecer no se oye ningún sonido y me entretengo mirando a mi alrededor y apercibiéndome del lamentable estado en que está todo: el techo desvencijado, los kioskos que hacen las veces de tiendas y están aún cerrados y los mostradores que presentan un aspecto como si hubiera pasado por allí una turba de saqueadores armados de hachas.[...] Leer más!