Es verdad que en el mundo de las series parece estar todo inventado ya. Salvo contadas excepciones en las que la trama y el desarrollo ponen una pica en Flandes por la innovación en la ficción televisiva, lo cierto es que está casi todo inventado ya. Las fórmulas son siempre las mismas, la cuestión es en qué cantidades modificas la fórmula. Un poco más de comedia, un poco más de drama, una pizca de historia, más tetas, menos tetas… ‘Breaking bad’ es una de esas excentricidades que han sabido hacer la mezcla perfecta y cocinar la receta mágica del éxito.
La serie trabaja duramente el hígado del espectador. Le traslada sin miramiento desde el humor agudo e hilarante, hasta el patetismo misceláneo de unos personajes sumidos en un absoluto caos existencial. Sin embargo, la formulación química de su planteamiento atiende a la mejor combinación de productos ya probados, pero con una mejor argumentación general. Las tragicomedias sobre drogas empiezan a ser un subproducto habitual. ‘El jardín de la alegría’ o ‘Negocios sucios’ en cine o ‘Weeds’ en televisión, son historias que han abordado el tráfico y consumo desde un punto de vista distinto, restando dramatismo y acercando el resultado a la aventura familiar. Normalizando el asunto se podría decir.
En ‘Breaking bad’ se aúnan lo mejor de ambos procesos, tanto la exploración crítica como la introducción cómica del asunto en un entorno poco habitual como es la vida diaria de una familia cotidiana.
Se queda perdida entre varios estilos y distintos tonos de ficción, desde la sátira al drama humano, pero entronca fácil con ese toque distendido y culturalmente pop que destilan últimamente series como ‘Californication’ o ‘Dexter’. Extrema distancia en las referencias, ¿verdad? Es que Walter White tiene un poco Hank Moody, una pizca de Nancy Botwin y un pedazo de Dexter Morgan, colocando a un personaje negativo, hosco, hostil en un escenario que normaliza su situación, que pelea por acoplarse de algún modo al modo de vida americano desde su perspectiva outsider.
AMC es la cadena responsable, propietaria de algunos de los mejores títulos de los últimos 10 años como ‘The Walking Dead’ o ‘Mad Men’, de la que ya hablamos en este blog y que aplica con eficacia la gestación de éxitos paralelos a las grandes superproducciones.
Bryan Cranston (el profesor White), un experimentado actor secundario toma las riendas de un personaje maléfico y familiar al mismo tiempo, uno de esos tipos a los quieres y odias al mismo tiempo. Le dota de una profundidad que seguramente mejora el resultado ya que de no haber existido la serie podría haber quedado emborronada en una canallada a lo Kevin Smith y sin embargo su actor principal y el cuidado guión, extremo y con inesperados giros argumentales en cada final del capítulo, propician que el título sea redondo y perfecto en su conjunto.
Vince Gilligan, su creador, tal vez os suene a los muy fanáticos de ‘Expediente X’, donde estuvo ahí metido bastantes años. Le dedica pasión tanto a rodar un metraje que resulte controvertido y trepidante a partes iguales con un escrupuloso cuidado para no ahondar demasiado en ninguno de los géneros de los bebe, para que la serie no se descompense hacia ningún lado y se quede en su justa medida en el centro. Como una buena fórmula química. Como el más perfecto cristal que pueda cocinar Walter, el profesor de Albuquerque.