Un hombre oficial es un ventrílocuo que habla en nombre del Estado: toma
una postura oficial –habría que describir la puesta en escena de lo
oficial–, habla a favor y en nombre del grupo al que se dirige, habla
por y en nombre de todos, habla en tanto que representante de lo
universal. Aquí llegamos a la noción moderna de opinión pública. ¿Qué es
esta opinión pública que invocan los creadores de derecho de las
sociedades modernas, sociedades en las cuales el Derecho existe?
Tácitamente, es la opinión de todos, de la mayoría o de aquellos que
cuentan, de aquellos que son dignos de tener una opinión. Pienso que la
definición patente en una sociedad que se dice democrática, es decir
donde la opinión oficial es la opinión de todos, oculta una definición
latente, a saber, que la opinión pública es la opinión de los que son
dignos de tener una opinión. Hay una especie de definición censitaria de
la opinión pública como opinión ilustrada, como opinión digna de ese
nombre. La lógica de las comisiones oficiales es crear un grupo así
constituido que exhiba todos los signos exteriores, socialmente
reconocidos y reconocibles, de la capacidad de expresar la opinión digna
de ser expresada, y en las formas establecidas. Uno de los criterios
tácitos más importantes para seleccionar a los miembros de la comisión,
en especial a su presidente, es la intuición que tiene la gente
encargada de componer la comisión de que la persona considerada conoce
las reglas tácitas del universo burocrático y las reconoce: en otras
palabras, alguien que sabe jugar el juego de la comisión de manera
legítima, que va más allá de las reglas del juego, que legitima el
juego; nunca se está más en el juego que cuando se va más allá del
juego. En todo juego existen las reglas y el fair-play. A propósito del
hombre kabil (1), o del mundo intelectual, yo había empleado la fórmula:
la excelencia, en la mayoría de las sociedades, es el arte de jugar con
la regla del juego, haciendo de ese juego con la regla del juego un
supremo homenaje al juego. El transgresor controlado se opone
completamente al herético. El grupo dominante coopta miembros a partir
de índices mínimos de comportamiento, que son el arte de respetar la
regla del juego hasta en las transgresiones reguladas de la regla del
juego: el decoro, la compostura. Es la célebre frase de Chamfort: “El
Gran Vicario puede sonreír sobre un tema contra la Religión, el Obispo
reír con ganas, el Cardenal agregar lo que tenga que decir” (2). Cuanto
más se asciende en la jerarquía de las excelencias, más se puede jugar
con la regla del juego, pero ex officio, a partir de una posición que no
admita ninguna duda. El humor anticlerical del cardenal es supremamente
clerical.
La verdad de todos
La opinión pública siempre es una especie de doble realidad. Es lo que
no puede dejarse de invocar cuando se quiere legislar sobre terrenos no
constituidos. Cuando se dice “Hay un vacío jurídico” (expresión
extraordinaria) a propósito de la eutanasia o de los bebés de probeta,
se convoca a gente que trabajará aplicando toda su autoridad. Dominique
Memmi (3) describe un comité de ética [sobre la procreación artificial],
compuesto por personas disímiles –psicólogos, sociólogos, mujeres,
feministas, arzobispos, rabinos, eruditos, etc.– cuyo objetivo es
transformar una suma de idiolectos (4) éticos en un discurso universal
que llene un vacío jurídico, es decir que aporte una solución oficial a
un problema difícil que trastorna a la sociedad –legalizar el alquiler
de vientres, por ejemplo–. Si se trabaja en ese tipo de situación, debe
invocarse una opinión pública. En ese contexto, resulta muy clara la
función impartida a las encuestas. Decir “las encuestas están de nuestra
parte”, equivale a decir “Dios está de nuestra parte”, en otro
contexto. Pero el tema de las encuestas es engorroso, porque a veces la
opinión ilustrada está contra la pena de muerte, mientras que los
sondeos están más bien a favor. ¿Qué hacer? Se forma una comisión. La
comisión constituye una opinión pública esclarecida que instituirá la
opinión ilustrada como opinión legítima en nombre de la opinión pública
–que, por otra parte, dice lo contrario o no piensa nada (lo que suele
ocurrir a propósito de muchos temas)–. Una de las propiedades de las
encuestas consiste en plantearle a la gente problemas que ella no se
plantea, en sugerir respuestas a problemas que ella no se ha planteado;
por lo tanto, a imponer respuestas. No es cuestión de sesgos en la
construcción de las muestras, es el hecho de imponer a todo el mundo
preguntas que se le formulan a la opinión ilustrada y, por este hecho,
producir respuestas de todos sobre problemas que se plantean sólo
algunos; por lo tanto dar respuestas ilustradas, puesto que han sido
producidas por la pregunta: se han creado para la gente preguntas que no
existían para ella, cuando lo que realmente le importaba, era la
cuestión en sí. Voy a traducirles sobre la marcha un texto de Alexander
Mackinnon de 1828 extraído de un libro de Peel sobre Herbert Spencer
(5). Mackinnon define la opinión pública; da la definición que sería
oficial si no fuera inconfesable en una sociedad democrática. Cuando se
habla de opinión pública, siempre se juega un doble juego entre la
definición confesable (la opinión de todos) y la opinión autorizada y
eficiente que se obtiene como subconjunto restringido de la opinión
pública democráticamente definida: “Es ese sentimiento sobre cualquier
tema que es cultivado, producido por las personas más informadas, más
inteligentes y más morales de la comunidad. Esta opinión se extiende
gradualmente y es adoptada por todas las personas con alguna educación y
sentimiento que conviene a un Estado civilizado”. La verdad de los
dominantes deviene la de todos.
Cómo legitimar un discurso
En los años 1880, en la Asamblea Nacional se decía abiertamente lo que
la sociología tuvo que redescubrir, es decir, que el sistema escolar
debía eliminar a los niños de las clases más desfavorecidas. Al
principio se planteaba la cuestión, pero luego fue totalmente reprimida
ya que, sin que se lo pidiera, el sistema escolar se puso a hacer lo que
se esperaba de él. Entonces, no hubo necesidad de hablar sobre el tema.
El interés del retorno sobre la génesis es muy importante, porque en
los comienzos hay debates donde se dicen con todas las letras cosas que,
después, aparecen como provocadoras revelaciones de los sociólogos. El
reproductor de lo oficial sabe producir –en el sentido etimológico del
término: producere significa “hacer avanzar”–, teatralizándolo, algo que
no existe (en el sentido de lo sensible, visible), y en nombre de lo
cual habla. Debe producir eso en nombre de lo que tiene el derecho de
producir. No puede no teatralizar, ni dar forma, ni hacer milagros. Para
un creador verbal, el milagro más común es el milagro verbal, el éxito
retórico; debe producir la puesta en escena de lo que autoriza su decir,
dicho de otra manera, de la autoridad en nombre de la cual está
autorizado a hablar. Encuentro la definición de la prosopopeya que
estaba buscando: “Figura retórica por la cual se hace hablar y actuar a
una persona que es evocada, a un ausente, a un muerto, un animal, una
cosa personificada”. Y en el diccionario, que siempre es un formidable
instrumento, se encuentra esta frase de Baudelaire hablando de la
poesía: “Manejar sabiamente una lengua es practicar una especie de
hechicería evocatoria”. Los letrados, los que manipulan una lengua
erudita –como los juristas y los poetas–, tienen que poner en escena el
referente imaginario en nombre del cual hablan y que ellos producen
hablando en las formas; tienen que hacer existir eso que expresan y
aquello en nombre de lo cual se expresan. Deben simultáneamente producir
un discurso y producir la creencia en la universalidad de su discurso
mediante la producción sensible (en el sentido de evocar los espíritus,
los fantasmas –el Estado es un fantasma…–) de esa cosa que garantizará
lo que ellos hacen: “la nación”, “los trabajadores”, “el pueblo”, “el
secreto de Estado”, “la seguridad nacional”, “la demanda social”, etc.
Percy Schramm mostró cómo las ceremonias de coronación eran la
transferencia, en el orden político, de ceremonias religiosas (6). Si el
ceremonial religioso puede transferirse tan fácilmente a las ceremonias
políticas mediante la ceremonia de la coronación, es porque en ambos
casos se trata de hacer creer que hay un fundamento del discurso que
sólo aparece como auto-fundador, legítimo, universal porque hay
teatralización –en el sentido de evocación mágica, de brujería– del
grupo unido y que consiente el discurso que lo une. De allí el
ceremonial jurídico. El historiador inglés E. P. Thompson insistió en el
rol de la teatralización jurídica en el siglo XVIII inglés –las
pelucas, etc.–, que no puede comprenderse en su totalidad si no se
considera que no es un simple artefacto, en el sentido de Pascal, que
vendría a agregarse: es constitutiva del acto jurídico (7). Impartir
justicia en un traje convencional es arriesgado: se corre el riesgo de
perder la pompa del discurso. Siempre se habla de reformar el lenguaje
jurídico sin nunca hacerlo, porque es la última de las vestiduras: los
reyes desnudos ya no son carismáticos.
Puro teatro
Una de las dimensiones más importantes de la teatralización es la
teatralización del interés por el interés general; es la teatralización
de la convicción del interés por lo universal, del desinterés del hombre
político –teatralización de la creencia del sacerdote, de la convicción
del hombre político, de su fe en lo que hace–. Si la teatralización de
la convicción forma parte de las condiciones tácitas del ejercicio de la
profesión del clérigo –si un profesor de filosofía tiene que aparentar
creer en la filosofía–, es porque ello constituye el homenaje esencial
del oficial-hombre a lo oficial; es lo que hay que agregarle a lo
oficial para ser un oficial: hay que agregar el desinterés, la fe en lo
oficial, para ser un verdadero oficial. El desinterés no es una virtud
secundaria: es la virtud política de todos los mandatarios. Las locuras
de los curas, los escándalos políticos, son el desmoronamiento de esta
especie de creencia política en la cual todo el mundo actúa de mala fe,
ya que la creencia es una suerte de mala fe colectiva, en el sentido
sartreano: un juego en el cual todo el mundo se miente y miente a los
otros sabiendo que se mienten. Esto es lo oficial…
1. Alusión a un estudio etnológico que Bourdieu realizó sobre los
beréberes kabiles. 2. Nicolas de Chamfort, Maximes et pensées, París,
1795. 3. Dominique Memmi, “Savants et maîtres à penser. La fabrication
d’une morale de la procréation artificielle”, Actes de la recherche en
sciences sociales, Nº 76-77, 1989, p. 82-103. 4. Del griego idios,
“particular”: discurso particular. 5. John David Yeadon Peel, Herbert
Spencer. The Evolution of a Sociologist, Londres, Heinemann, 1971.
William Alexander Mackinnon (1789-1870) tuvo una larga carrera como
miembro del Parlamento británico. 6. Percy Ernst Schramm, Der König von
Frankreich. Das Wesen der Monarchie von 9 zum 16. Jahrhundert. Ein
Kapital aus Geschichter des abendlischen Staates (dos volúmenes), H.
Böhlaus Nachf, Weimar, 1939. 7. Edward Palmer Thompson, “Patrician
society, plebeian culture”, Journal of Social History, vol. 7, Nº 4,
Berkeley, 1976, p. 382-405.
Pierre Bourdieu essSociólogo (1930-2002). Este texto se extrajo de Sur
l’Etat. Cours au collège de France 1989-1992, Raisons d’Agir – Le Seuil,
París, que aparecerá el 5 de enero.
Fuente: http://www.eldiplo.org/notas-web/como-se-forma-la-opinion-publica
Pierre Bordieu (Le Monde Diplomatique)
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