
"Estoy tumbada en la cama, al lado de mi hermano Lupin.
Él tiene seis años y está dormido.
Yo tengo catorce. Estoy despierta. Me estoy masturbando.
Miro a mi hermano y pienso, con dignidad. "Esto es lo que querría él. Querría que yo fuera feliz."
Porque mi hermano me quiere. A él no le gusta que esté estresada. Y yo también lo quiero; pero no debo de pensar en él mientras me masturbo. Eso no está bien. No puedo permitir que mis hermanos se paseen por mi territorio sexual. "
Como título me pareció atractivo. Estaba claro que no se trataba de un manual para señoritas, así que me picó la curiosidad, además ya conocía otro libro de la autora, Cómo ser mujer, que me había parecido una estupenda lectura. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Cómo se hace una chica.
Conocemos a Johanna cuando tiene 14 años. Vive en Wolverhanpton, una zona inglesa con un vecindario lleno de familias con recursos reducidos. Su familia está formada por un padre pensionado con sueños de rock, una madre casi ausente aunque esté en la habitación, un hermano mayor, otro más pequeño y unos gemelos a los que aún no han puesto nombre. Es una chica llena de sueños que la sacan de una vida pelando patatas y recibiendo asistentes sociales, pero no un plan para salir de allí... hasta que gana un concurso. Cuando recibe el premio cometerá un error que la lleven a las prisas por convertirse en otra persona, y así moldeará a Dolly Wilde a su antojo. Entraremos entonces con ella en el mundo de la música mientras Wilde escribe críticas en una revista y prueba las fiestas, el tabaco, el sexo y el alcohol inmersa en esa etapa de la vida llena de hormonas y rebeldía.
Hay muchas novelas que hablan del paso al pensamiento adulto de sus protagonistas. De hecho, es un tema bastante recurrente. Sin embargo no encontramos mucho de repetición en el libro de Moran. Ella da voz a su heroína, porque nunca dudamos que lo sea, y la deja contar una historia en la que la autocrítica y la frescura de la inocencia se abren paso para llenar el libro de un humor sarcástico con el que no podemos evitar soltar alguna carcajada. El recorrido por estos años de la joven Johanna, que será durante finales de los años 80 y los años 90, visto por el lector, tiene también mucho de drama. No porque la autora busque el melodrama en absoluto, sino porque determinadas situaciones, contadas con la naturalidad de quien las vive día a día, son muchas veces más dramáticas precisamente porque sus protagonistas lo han normalizado. Una casa con televisor de alquiler y en la que sus residentes son definidos como básicamente patatólogos, juegos de niños, costumbres de padres... y sueños de una adolescente que vivirá un momento humillante cuando está en esas edad en la que las hormonas y las inseguridades luchan batallas campales dentro de cuerpos que aún no tienen claro si sin niños o adultos. Esa es la situación de Johanna antes de decidir crear a Wilde, de usarla para salir de su vida y que sea un trampolín para mejorar; de vestirla de negro ocultando quien está realmente debajo y lanzarla a comerse el mundo, a probar el sexo, a experimentar. Johanna se convierte en Dolly Wilde la mayor parte del tiempo, como dice ella misma cuando la preguntan, sin darse cuenta de que puede ser engullida por un personaje que se escapa poco a poco a su control. El libro se convierte de este modo en la huida de su vida hacia otra que cree será mejor, como crítica musical y codeándose con estrellas. Nace así uno de los personajes juveniles femeninos más irreverentes con los que me he topado, provocadora aunque inocente, no tiene problemas a la hora de relatar sus experiencias durmiendo en bañeras en fiestas improvisadas, ni tampoco sus prisas por ser sexualmente activa; la heroína que lucha con la vida que le toca y con la que se inventa, que es obligada a mirarse a si misma y que nos deja ver sus inseguridades y necesidades con la misma claridad como si nos las estuviera describiendo. Aunque ella no las sepa, o no las quiera ver, o se las oculte, quién sabe.
Johanna/ Dolly es entrañable, no podemos evitar coger cariño a esta niña en su camino a ser mujer pese a que no aprobemos su comportamiento durante una gran parte del tiempo. Porque, pese a todo, pese a su rebeldía diaria, a su sobreexcitación frente a la vida, a su exageración de adolescente en prácticas, se sincera y nos dice "yo lo que verdaderamente quiero, es ser hermosa" y se nos parte el corazón un poquito porque vamos comprendiendo lo que busca en muchas de sus decisiones. Porque sigue siendo una niña insegura, pese a todo, como todas las niñas inseguras de la misma edad en cualquier lugar del mundo. Y a partir de ahí estamos perdidamente enamorados de su protagonista.
Caitlin Moran deja también un retrato de una clase social, nos habla de las desigualdades, de clases, de sexos, de complejos... sin abandonar en absoluto un humor corrosivo que marca toda la novela. Dota al libro de un contexto que no usa tampoco para justificar las actitudes de sus pobladores, pero que al lector le sirve para fijarse en un par de cosas sobre la vida de otras personas.
Cómo se hace una chica es una novela especial, para reír, para disfrutar, y también para dejarnos conmover por el corazón de esta chica grandota, heroína de su propia vida. Un libro francamente recomendable, para reír... y también para emocionarse.
Leer por la calle es una costumbre sana a ratos, porque nos hace tropezar con bordillos o farolas (no pienso profundizar en esta afirmación), pero que, en mi caso, suele acabar por llevarme a mi banco, porque es mío aunque nadie lo sepa, bajo un árbol a disfrutar de las letras. En este caso, diré que he levantado la vista del libro alguna vez al darme cuenta de que me estaba riendo sola, y he tropezado con un par de miradas de extrañeza al hacerlo. Supongo que es otra forma de compartir lecturas, porque os aseguro que todos bajaron luego la vista hacia el título del libro. En fin, cosas que pasan cuando sacamos las lecturas a la calle.
Así que decidme, ¿vosotros sois de los que sacan las lecturas a pasear o preferís leer en la comodidad del hogar?
Gracias
