Hay un requisito indispensable para poder contar bien un cuento: querer contarlo. El deseo de contarlo tiene que nacer de dentro, sin ningún tipo de imposición u obligaciones externas. Cuando se dan estas condiciones, muy difícilmente se puede ser un mal contador de cuentos, porque siempre se cuentan bien los cuentos que le salen a uno de dentro.
Asimilar e interiorizar un cuento no equivale a memorizarlo, porque contarlo no consiste en reproducirlo fotográficamente , sino en vivirlo cada vez que se cuenta para que pueda ser vivido cada vez por quien lo escucha. El tono monocorde y automático del cuento memorizado no atrae a nadie.
Los oyentes, y muy especialmente, los niños y las niñas, deben poder ver siempre el rostro del narrador y estar lo más cerca posible de él. No es un mal ejemplo de esto la imagen que todos tenemos de alguien que está contando un cuento con los niños y las niñas en derredor, y hasta con uno o dos de ellos en su regazo.
Es necesario crear un ambiente de expectación. Este se puede lograr si se anuncia previamente el acontecimiento o si se otorga a la narración un lugar propio dentro del horario de actividades. Se empieza a narrar cuando hay silencio y expectación; de ahí en adelante ya no se debe interrumpir la narración por ningún motivo. Es la atmósfera de atención la que debe encargarse de mantener el orden.
Pocas cosas hay tan serias como contar un cuento, por eso se debe tomar muy en serio el acto de la narración. "Por aburrido que un cuento parezca a primera vista, por más lleno que esté de repeticiones ociosas, se debe recordar siempre que, si vale la pena de ser contado, vale la pena que sea bien contado y tratado con respeto."
Xavier P. Docampo , en "Hablar y escuchar" en Para enseñar a leer y a escribir. México, Instituto de Educación de Aguascalientes, 1995, Col. Aprendamos, traducción libre del gallego de G. E. Bernal, pp.34-36
